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miércoles, 16 de julio de 2008

Thomas Hobbes: Un poder que limite el ilimitado deseo del Hombre

Thomas Hobbes:
La historia de los violados y los violadores
La necesidad de un poder que limite el ilimitado deseo del hombre

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El primer estado del hombre es el natural; y su rasgo esencial es la pasión, no la razón. Aquí el hombre se muestra solitario, dispuesto a la guerra, movido por el deseo, guiado por un instinto animal de dominación, siempre cercano a la muerte debido al constante riesgo. La experiencia le enseña que no le agrada verse despojado de sus pertenencias, tiene miedo, el temor lo motiva a dejar su estado natural por uno artificial o político. Así, el reino de la pasión se verá trocado por el de la razón, que exhorta a la creación de una sociedad de leyes concretas, obligaciones y derechos, como parte del nuevo estado de paz.
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El hombre esta regido por las leyes naturales. La ley natural por excelencia es el igualitarismo. El hombre como especie, posee un derecho ilimitado. Igualdad también en el derecho de dominio, todos pueden ser aptos para la dominación, pues tanto el cuerpo como la mente del hombre, normalmente, esta regida por los mismos atributos combativos, y en sus fines la preservación de la vida, pues rechaza la muerte. No hay invulnerable.
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El hombre es un lobo para el hombre. Esta sentencia muestra que para Hobbes el hombre nunca se olvida de ser un animal. Lo que pasa es que esa animalidad se ve matizada en el estado artificial con un conjunto de leyes que sirven para fiscalizar los apetitos. Es necesario que no muera el animal pues será el motor de la competencia, del deseo de poder, de la sociedad misma. La naturaleza humana es sensualista, de caverna. Hobbes quiere mostrar al hombre con sus virtudes y defectos, no como debería de ser, sino como lo que es, desnudarlo de los ideales Platónicos de reminiscencias del bien y la justicia, entenderlo con mayor realismo y honestidad, y si es posible animalidad.
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El derecho ilimitado es el deseo de poseer todo, tanto lo necesario, como lo innecesario, y ahí radica su característica, que excede el plano de la prudencia o del justo medio. Es la moderación un sentido práctico que se adquiere en la convivencia social. Es en la agrupación que el hombre experimenta una nueva conducta, marcada por el respeto hacia los demás, con la condición de que se reciba a cambio respeto para sí. Se desprende hasta esta parte dos características propias del hombre y sus leyes: Condicional y egoísta.
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La sociedad, es una agrupación condicional pues es un medio para obtener algo a cambio: ya sea seguridad de que no hurtarán nuestras propiedades, o que recibiremos honores, confort, arte y cultura; la cual respetaremos, si-y-solo-si existe el acuerdo en que obligamos a los demás –mediante leyes- a que haya reciprocidad en el respeto, sino, será necesario el castigo, amén de la ley.
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La sociedad, es una agrupación egoísta pues es un medio para obtener algo a cambio: ese ‘bien común’ oculta la verdadera razón de su ser: un ‘bien individual’. La comunidad es el pretexto para alcanzar la realización propia, movida no por la ciencia, tecnología, confort, ni siquiera en pro de una sociedad ideal, con altas miras de alcanzar con la razón el esplendor de la humanidad, no, sino por los beneficios que se puedan obtener de los avances científicos, las maquinas que facilitan la vida, la comodidad y el lujo, y si se habla de una moral, que sea una moral natural: no hacer a los demás lo que no quieres que los demás te hagan. Queda explicado el poder dinámico del egoísmo en el hombre, que le hace sentirse orgulloso de haber abandonado el miserable estado primitivo.
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El castigo es la forma solapada en como se desenvuelve implícitamente el instinto animal de venganza dentro de la sociedad. El egoísmo se ve ocultado en la creación de las leyes que benefician al grupo, cuyo significado último es beneficiarse uno mismo.
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La civilización establece limitaciones, pero también grandes beneficios, guía al hombre hacia su realización, que se da siempre dentro de la comunidad, como hombre político, regido por leyes, donde ya no impera su deseo ilimitado, sino un gobernante, que manda y no obedece.
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En Hobbes, el soberano se caracteriza por su condición autoritaria, autónoma. Es el pueblo el que firma el contrato social de sometimiento hacia él, y no viceversa. Luego, es importante que se confíe en el poder de este hombre, pues el-es-las-leyes, y eso es lo único estable de lo que debe estar seguro el pueblo, por lo demás, el pueblo debe sujetarse a las decisiones de éste, sus leyes serán producto de las circunstancias, el pueblo debe entender el carácter dinámico de estas, que siempre estarán orientadas hacia el bien del lugar, no por un descollante amor del soberano hacia el pueblo, sino por su mismo egoísmo, pues el pueblo es ‘su’ pueblo, el beneficio que obtengan los ciudadanos será también el suyo.
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Diferencias entre Hobbes y Rousseau
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En filosofía política, Rousseau continuó lo que Hobbes había comenzado a plantear, es decir, el pacto social, pero con una distinta visión. Recoge la idea de un estado natural de propensión a la guerra y al placer, para que luego se imponga por necesidad una república para hacer del hombre un ser histórico.
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La diferencia entre Hobbes y Rousseau es que en el primero el poder es concreto y en el segundo es abstracto. Hobbes habla de un poder civil; Rousseau habla de una voluntad general, equitativa, que refrena el impulso de los particulares a mirar en el bien privado. Obedece las leyes que ella misma se impone, un bien común, no se ve ‘obligada’ por el soberano, el uno se vale del otro, el soberano es el cuerpo que mueve buenamente sus miembros (pueblo).
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‘Si el pueblo promete simplemente obedecer, apenas hay un señor, pero no un soberano, pues este no manda, sino que es parte de una misma voluntad general, es el cuerpo. Con un señor se haya destruido el cuerpo político: ahí miembros no hacen sentirse.’ (Rousseau)
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Cuando el fracaso del pacto se da, los intereses particulares prevalecen y esto lleva al hombre a su primigenia y caótica condición natural. Cuando el soberano deja de velar por intereses públicos, deforma su ser en el de un ‘señor’ o tirano, formándose así una relación tipo amo y criados. Analizando, podría decirse que aquel ‘señor’ roussoniano es similar al soberano hobbsiano.
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Para Rousseau la soberanía debía estar en el pueblo, para Hobbes ésta es propia del gobernante e ilimitada.
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La política de Rousseau esta construida en el ideal de una sociedad sana, con intereses comunes. La de Hobbes no.
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En Rousseau hay un sentido moral. La moral de la libertad debe ser salvada en el contrato social. La ley moral hace al hombre verdaderamente dueño de si mismo, el impulso del apetito es esclavitud, la obediencia a ley que uno se ha impuesto es libertad. En cambio, el aspecto moral no es relevante en Hobbes, lo político es más importante que la libertad, pues ésta solo es posible en el estado natural, no resulta beneficiosa civilmente.
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El igualitarismo Hobbesiano proviene del estado natural. El igualitarismo Rousseauniano es natural de la república, pues mediante el pacto se llega a una igualdad moral y legitima. ‘Los hombres pudiendo ser desiguales en fuerza o talento, se hacen iguales por convención y derecho’.
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Hobbes contra la anarquía
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Rousseau busco salidas al problema civil por medio de una sociedad ideal. Pero Hobbes instituyó los principios de una ciencia física moderna, realista, siguiendo no la historia de las utopías, sino la de los pueblos y el consiguiente análisis de cómo se fundan-llegan al auge-y acaban. El que Hobbes haya estado en contra de la proliferación de las voluntades particulares, se debe a que él vio en ello una peligrosa heterogeneidad que podía conducir a la dispersión de la masa. Por eso la necesidad de un estado absoluto que genere sus propias vetas y religión. El que la ejecución política recaiga en un soberano le parecía conveniente para evitar el caos. Su pensamiento fue una reacción contra la libertad de conciencia de la reforma, que conducía a la anarquía. Y la conveniencia como actividad de la razón utilitaria, es para la política una forma práctica y poderoso móvil para la determinación de cómo debe actuar el hombre.
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Y este hombre, es en definitiva, un potencial violador, desde aquellos años donde no existía la ley civil se ha interesado por obtener lo que desea sin pensarlo dos veces. En plena sociedad siempre ha encontrado la forma para satisfacerse haciendo caso omiso a la ley, pues su naturaleza es corruptible y en ella encuentra un nuevo ámbito donde explotar su animalidad y su egoísmo. Así, se hace patente su deseo de venganza, corrupción y ya no sólo deseo de poder, mas bien abuso de poder y subrayado.
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Por eso la necesidad de un sistema de leyes que garanticen la seguridad de todos nosotros, los posibles violados…y por que no, violadores.


-Patricia Moral Picoaga-

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