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Saludos a todos los visitantes del blog. Somos un grupo de estudiantes de filosofía de la Universidad Nacional Federico Villarreal (UNFV).

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Pues bien, se abre un camino para internarnos en este bosque... El bosque de la reflexión, de la investigación... de la Filosofía.

domingo, 31 de octubre de 2010

LENIN Y LA EXALTACIÓN MAXIFICADA DEL CAPITALISMO DE ESTADO *


I

Para la social democracia, como continuación directa del marxismo, la revolución proletaria sólo tenía sentido y era posible en países desarrollados. Si en Alemania o Inglaterra la revolución proletaria no se había realizado, no tenía sentido plantearla en un país atrasado como lo era Rusia. Llevarla a cabo implicaba y significaba aventurerismo, caudillismo, anarquismo, etc. Su programa general era: aliarse y apoyarse en los sectores progresistas del capitalismo para la realización de las tareas democrático burguesas, que en el fondo era la defensa del capitalismo, ya que no había un ataque directo al capital ni se le ponía en cuestión. Ejemplo de ello fue la revolución rusa de febrero en 1917.

Los bolcheviques, como continuación radicalizada de la social democracia, llevaron al máximo tal programa. Lucharon no sólo por crear las condiciones favorables al capitalismo, sino que asumieron las tareas de esta, de la burguesía, justificando su accionar en la necesidad de desarrollar las fuerzas productivas por parte del proletariado que tenía el control del poder estatal. Sustituyendo el antiguo Estado por un Estado capitalista, gigantesco, poderoso y burocrático.

Sostuvieron la necesidad de una revolución proletaria, asimismo estuvieron a la cabeza, por así decir, de la revolución, que a pesar de su radicalidad no rompió de manera total con la social democracia. Siguieron fiel al credo de que el capitalismo debe de desarrollarse si o si. Y si no sucede, el proletariado (y el campesinado) debe de asumir esa tarea. Tareas burguesas. En táctica y en la forma cambiaron, pero no en el contenido social de la revolución, ya que de manera obligatoria se debía de realizar las tareas democráticas burguesas.

A comparación de la social democracia, oficial y tradicional, su discurso y accionar parecía revolucionario, pero no, sólo servía para justificar y mejorar al capitalismo (estatal), ya que tenían que aplicar y desarrollar el programa de su enemigo histórico, el de la burguesía. Capitalismo de Estado que consistía en realizar tareas burguesas y desarrollar el capitalismo a nombre del proletariado. Ejemplo de ello fue lo que siguió a la revolución rusa de octubre en 1917.

Bolcheviques y mencheviques defendían similar proyecto. No hubo una ruptura ni cuestionamiento profundo. El reformismo se mantenía. El bolchevismo fue sólo una expresión violenta, insurreccional y conspirativa (en comparación con el menchevismo) para llegar a ese reformismo, que tampoco dejaba de lado el parlamentarismo.

Es imposible que el Estado sirva a los intereses del proletariado. La toma del poder y la defensa del Estado es una aspiración burguesa. El proletariado, como clase y en lucha, sólo podrá alcanzar sus aspiraciones revolucionarias destruyendo al Estado. Negándolo, ya que la emancipación del proletariado ha de ser obra de ellos mismos, creando y generando las condiciones necesarias y favorables para su consecución.

Lenin, y lo que sería después el leninismo, respondería a la tradición social que le antecedió y que predominó en su entorno. Respondió a la información social que imperaba. No sólo a cuestiones teóricas, sino también prácticas contrastadas en la realidad. Fue uno de los principales defensores y desarrolladores de lo que sería el capitalismo de Estado, exclamando abierta y explícitamente su exaltación maxificada. Los pasajes que sigue a continuación (entre otras muchas no citadas) son una muestra tajante de ello. Que refleja, de alguna u otra manera, la continuidad y desarrollo de los planteamientos y postulados generales de la social democracia.

II

Haciendo una supuesta crítica y respondiendo a los “comunistas de izquierda” en el texto Infantilismo “de izquierda” y la mentalidad pequeñoburguesa1, dice:

“comparado con el actual estado de cosas en nuestra República Soviética, el capitalismo de Estado sería un paso adelante2. Si dentro de seis meses aproximadamente se implantara el capitalismo de Estado en nuestra República, sería un éxito enorme y la más segura garantía de que dentro de un año el socialismo se consolidaría definitivamente en nuestro país y sería invencible”3.

Hay una continuidad de los planteamientos de la social democracia. Si bien de manera diferente (en método y forma), no hay una ruptura, sino un ampliación y desarrollo, que conllevaría a la instauración del capitalismo de Estado como motor (o pilar) de “garantía” y de “éxito”. Hace creer, de manera demagógica y falsearía, que “el poder estatal se encuentra en manos de los obreros...”4. Y por encontrarse, supuestamente, en manos de los obreros y por seguir fines socialistas, debe de buscar como tarea principal la implantación del capitalismo de Estado.

Haciendo una correlación entre el capitalismo de Estado y el socialismo, concluye:

“Cuando la clase obrera haya aprendido a defender el sistema estatal contra la anarquía del pequeño propietario, cuando haya aprendido a organizar la gran producción en escala nacional, tomando como base los principios del capitalismo de Estado, tendrá en sus manos –perdonen la expresión– todos los triunfos, y la consolidación del socialismo estará asegurada”5.

El abogar y exaltar al capitalismo de Estado se hace más constante, porque es en base a sus principios que se organizará la gran producción nacional, asegurándose, según Lenin, el triunfo y la consolidación del socialismo, porque: “en primer lugar; económicamente el capitalismo de Estado es incomparablemente superior a nuestro sistema económico actual” y “en segundo lugar, nada hay terrible en él para el poder soviético, pues el Estado soviético, es un Estado en el cual el poder de los obreros y de los pobres está asegurado”6. Buscando a toda costa, y utilizando los artificios más elaborados, para hacer ver que no hay preocuparse por el capitalismo de Estado. Que se puede convivir con él y que sirve a los intereses del proletariado. Un capitalismo bueno e inofensivo por decirlo así. La historia demostrará todo lo contrario, haciendo ver que la exaltación del capitalismo de Estado y sus beneficios son una mentira. Un engaño y traición al proletariado.

Exaltando y tomando como ejemplo al capitalismo Alemán agrega: “tomemos ante todo el ejemplo del capitalismo de Estado… Alemania. Tenemos allí “la última palabra” de la moderna técnica capitalista y la organización planificada, subordinados al imperialismo junker-burgués. Supriman las palabras en cursiva y en lugar del Estado militarista, junker, burgués, imperialista, pongan también un Estado, pero de tipo social diferente, de diferente contenido de clase, un Estado soviético, es decir, un Estado proletario, y obtendrán la suma total de las condiciones necesarias para el socialismo”, ya que “el socialismo es inconcebible sin la gran técnica capitalista… Es inconcebible sin una organización estatal planificada, que someta a decenas de millones de personas al más estricto cumplimiento de una norma única en la producción y distribución de los productos”. “El socialismo es inconcebible, además, sin la dominación del proletariado en el Estado…”7. Haciendo pasar al capitalismo de Estado por socialismo.

Citándose y exaltando al capitalismo de Estado hasta antes de la revolución de octubre, y no sólo por él sino por lo bolcheviques, dice:

“Para que el lector se convenza de que la “alta” estima por el capitalismo de Estado no es sólo por ahora, sino que también antes de la toma del poder los bolcheviques opinábamos así, me permitiré citar el siguiente pasaje de mi folleto, escrito en setiembre de 1917, La catástrofe que nos amenaza y como luchas contra ella8:

“… Pues bien, sustituyan ese Estado de junkers y capitalistas, ese Estado de terratenientes y capitalistas por un Estado democrático-revolucionario, es decir, por un Estado que destruya de modo revolucionario todos los privilegios, que no tema implantar de modo revolucionario la democracia más completa, y verán que el capitalismo monopolista de Estado, es un Estado verdaderamente democrático-revolucionario, representa inevitablemente, e infaliblemente, ¡un paso, y más que un paso hacia el socialismo!”. “… Pues el socialismo no es más que el paso siguiente al monopolio capitalista de Estado”. “… El capitalismo monopolista de Estado es la completa preparación material9 para el socialismo, la antesala del socialismo, un peldaño de la escalera de la historia entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio10.

La consigna de Lenin y lo bolcheviques era clara, sustituir el Estado burgués por otro Estado Burgués, que para ellos era un Estado democrático-revolucionario. Un Estado que lleve y desarrolle al máximo el programa de la burguesía. Pero la particularidad de ese posible (y futuro) Estado es que no permitiría la competencia11. Todo recaería en sus manos para la instauración de un monopólico capitalismo de Estado, que siguiendo y continuando la información social de la tradición, para dar paso a lo que sería el socialismo. Haciendo creer que necesariamente, y como preparación material, el capitalismo monopolista de Estado es el elemento principal para llegar al socialismo. Premisa axiomática donde “no hay ningún peldaño intermedio”.


III


Después de la revolución proletaria de octubre de 1917, los bolcheviques se entronizaron en el Estado monopolizando su dirección, quedando como únicos directores12, instauraron el capitalismo de Estado. Los años pasaron, pero ningún tipo de transformación socialista (o relevante13) le siguió. El sistema económico social que siguió prevaleciendo (y predominando) fue el capitalista.

En El impuesto en especie, de 192114, ante el fracaso de la medida llamada “comunismo de guerra”, Lenin plantea: “como la última política posible y la única razonable”, la alternativa de no “tratar de prohibir o de obstaculizar completamente el desarrollo del capitalismo, sino intentar orientarlo por el canal del capitalismo de Estado. Esto es económicamente posible, pues el capitalismo de Estado existe –en una u otra forma, en uno u otro grado– donde quiera que haya elementos de comercio libre y capitalismo en general”15.

Luego se pregunta: “¿Es posible cambiar el Estado soviético y la dictadura del proletariado con el capitalismo de Estado? ¿Son compatibles?”. Y se responde: “Por supuesto que sí..., pues en las actuales circunstancias políticas y económicas es esencial comparar el capitalismo de Estado también con la producción pequeñoburguesa”. “Todo el problema –tanto teórica como práticamente– consiste en encontrar los métodos correctos para orientar el inevitable (hasta cierto punto y durante un periodo determinado) desarrollo del capitalismo por el canal del capitalismo de Estado y en determinar de qué condiciones rodearlo para asegurar su trasformación en socialismo en un futuro próximo”16. Donde “las concesiones son el ejemplo más sencillo de cómo el poder soviético orienta el desarrollo del capitalismo por los canales del capitalismo de Estado e “implanta” el capitalismo de Estado”17.

Diciendo y haciendo creer que todos creen y están de acuerdo con lo que el cree, concluye: “Todos estamos de acuerdo ahora en que las concesiones son necesarias… El concesionario es un capitalista. Dirige sus negocios al modo capitalista, por los beneficios, y está dispuesto a establecer un tratado con el gobierno proletario para obtener beneficios extraordinarios, superbeneficios o materias primas que le resulta difícil o imposible obtener de otro modo. El poder soviético se beneficia por el desarrollo de las fuerzas productivas y por el aumento inmediato o a breve plazo de la cantidad de productos”18.

Se avala ahora del capitalismo privado, que en 1918 decía que estaba en contra del capitalismo de Estado como contra el socialismo19, como apoyo del socialismo. En 1918 decía que se tiene que luchar contra él, en 1921 dijo que hay que acogerlo y abrirle las puertas. Socialismo, capitalismo de Estado y capitalismo privado van ahora de la mano. Por ende, no hay que poner trabas, ni obstaculizar el desarrollo capitalista en Rusia, porque “el capitalismo de Estado existe donde quiera que haya elemento de comercio libre y capitalismo en general”. Planteando la necesidad de llevar a cabo concesiones al capitalista que “dirige sus negocios al modo capitalista”, dándole todas las facilidades en la obtención, a modo seguro, de “beneficios extraordinarios, superbeneficiosos”. Claro, todo avalado y regularizado mediante un contrato (“tratado”) “con el gobierno proletario”20.

Continuando con las alabanzas del capitalismo privado, prosigue: “comparadas con otras formas de capitalismo de Estado dentro del sistema soviético, las concesiones son quizá la forma más simple, precisa, clara y definida de capitalismo de Estado. Implica un acuerdo formal escrito con el capitalismo más civilizado y avanzado de Europa occidental”21.

La concesión sería entonces, el elemento que abre las puertas al capitalismo internacional (Europa occidental). El elemento para conciliar (de manera formal) ambos capitalismo. En consecuencia, “la tarea más importante de todos los activistas del partido y de los soviets, en relación con la introducción del impuesto en especie, es aplicar los principios de la política de “concesiones” (es decir, un política similar a las “concesiones” del capitalismo de Estado) a las otra formas de capitalismo: el libre comercio, el intercambio local, etc.”22. Donde todos tienen que impulsarla y hacer que se lleve a cabo. Como una especie de deber que tiene que primar en la mentalidad de todos por ser “la tarea más importante”.

Afianzando tal exhortación como deber, agrega: “debemos hacer todos los esfuerzos para que este desarrollo del capitalismo –ya que la libertad de venta, de comercio, es desarrollo del capitalismo– se oriente por los canales del capitalismo cooperativo”23. Tanto cooperativas, como también los sindicatos, los soviets, los comités, etc., serían instrumentos para el desarrollo del capitalismo de Estado. Todos los organismo, revolucionarios y de lucha, creados por el proletariado, quedarían (y quedaron) reducidos a simples partes y apéndices de ese monstruo monopólico capitalismo de Estado que se desarrollaba, expandía y fortalecía.

“Esto podrá parecer paradójico (sigue refiriendo): ¿el capitalismo privado colaborando con el socialismo?”24. Pregunta muy bien elaborada, que de manera muy sutil, y bien elaborada, eliminará la paradoja (o hará ver que no la hay). Recurriendo a sus premisas axiomáticas, y escudándose en ellas, responderá: “pero no hay paradoja alguna, sino un hecho económico absolutamente irrefutable… Se deduce inevitablemente, primero, que en este momento el intercambio local adquiere una importancia primordial y, segundo, que hay una posibilidad de ayudar al socialismo por medio el capitalismo privado (sin hablar del capitalismo de Estado)”25.

Capitalismo y socialismo ya no están en una lucha encarnizada y a muerte, sino que van juntos y se ayudan mutuamente. En el texto Proyecto de tesis sobre el papel y las funciones de los sindicatos bajo la nueva política económica26, de 1922, Lenin refiere que en el Estado soviético (monopólico capitalista de Estado) “están permitidos y se desarrollan el libre comercio y el capitalismo, los cuales están sujetos a la regularización estatal, pero, por otra parte, las empresas estatales se reorganizan sobre la base del denominado cálculo económico, es decir, esencialmente y en grado considerable sobre la base del principio comercial y capitalista”. Y es “el Estado proletario (quien) puede, sin cambiar su propia naturaleza, admitir el libre comercio y el desarrollo del capitalismo sólo en determinada medida y sólo a condición de que el Estado regule (vigile, controle, determine las formas y métodos, etc.) el comercio privado y el capitalismo privado”27.


IV

Enmarcado ya en una nueva política económica (NEP), que no representó ni fue una forma diferente (o grado) de socialismo, ni siquiera el pasaje al comunismo, Lenin y los bolcheviques, al creer (de manera ilusoria y ficticia) que podían controlar al capitalismo por medio del control y el dominio del aparato estatal, no hicieron mas que reconocer, y de manera explícita, el papel que cumplían en el ejercicio del desarrollo capitalista, acompañado de una manera implícita en el reconocimiento de que el capital es quien controla al Estado (así se llame obrero o sea controlado por lo obreros o los dirigentes del partido, etc.) y no a la inversa. No llegaron a controlar, ni planificar, ni dirigir al capitalismo como pretendieron o hicieron hacer creer. El capital siguió existiendo, construyendo y constituyendo la dirección de la sociedad, ejerciendo e implantando la dictadura. El Estado capitalista no fue destruido, no hubo siquiera la pretensión ni la intención de destruirlo, sino de reconstituirlo.

En el Informe político del Comité Central al XI Congreso del PC(b)R28, en 1922, Lenin, haciendo un balance en torno al capitalismo de Estado, dice: “Nunca en la historia ha habido una situación en la que el proletariado, la vanguardia revolucionaria, tuviera suficiente poder político y en la que el capitalismo de Estado existiera junto a ella. Lo significativo del problema es que comprendamos que este es el capitalismo que podemos y debemos admitir, que podemos y debemos limitar dentro de cierto marco, ya que este capitalismo es indispensable para las amplias masas del campesinado y para el capitalismo privado; y éste debe comerciar de modo de satisfacer las necesidades de los campesinos. Debemos organizar las cosas de modo de hacer posible la marcha normal de la economía capitalista y el intercambio capitalista; porque esto es indispensable para el pueblo. Sin esto, la existencia es imposible… Ustedes, los comunistas, ustedes, los obreros, el sector políticamente esclarecido del proletariado que asumió la dirección del Estado, deben ser capaces de hacer que ese Estado, que ustedes han tomado en sus manos, actué según su voluntad”29.

Y haciendo un balance sobre la nueva política económica y sobre el control y dirección del Estado, acota: “Pues bien, ha trascurrido un año, en nuestras manos está el Estado, ¿pero la nueva política económica, funcionó durante ese año en la forma que queríamos nosotros? No. Pero nos negamos a reconocer que no funcionó en la forma que queríamos. ¿Y cómo funcionó? La máquina se escapó de las manos, como si fuera, no en la dirección que el conductor deseaba, sino en la dirección que alguna otra persona deseaba; como si la condujera alguna mano misteriosa que no está autorizada, sabe Dios de quién es, tal vez de un especulador, de un capitalista privado o de ambos; sea lo que fuera, la maquina no marcha en la dirección que supone quien está en el volante, y a menudo marcha en una dirección completamente diferente. Esto es lo fundamental que se debe recordar en lo que se refiere al capitalismo de Estado…, y sólo entonces, cuando hayamos comprendido a fondo y valorando esto, podremos estar seguros de que aprenderemos”30.

La defensa del capitalismo es notoria, asimismo su abogar por ella. La coexistencia (y convivencia) pacífica es lo más adecuado, ya que ese es el capitalismo que se puede y debe de admitirse por ser indispensable. Por ende, se debe de proseguir y hacer todo lo posible para que la economía capitalista y el intercambio capitalista se desarrollen lo más que se pueda, porque sin ella “la existencia es imposible”. Y los que asumieron la dirección del Estado deben de hacer que éste “actúe según su voluntad”.

Pero a pesar de que el proletariado tiene el suficiente poder político y de estar el Estado en sus manos, no funcionó como ellos quisieron, lo reconoce explícitamente. Se le escapó de las manos, no obedeció a la dirección o a los que estaban al volante, marchando constantemente en una dirección diferente, según refiere. Pero ¿qué es lo que pasaba?, ¿por qué la máquina no respondía como se quería?, ¿por qué la máquina se iba para otra dirección si los que lo conducían sabían por donde tenían y querían ir?, ¿o bien la máquina no funcionaba como debía o bien lo conductores no sabían como manejar la máquina, o bien era los dos?, ¿o quizá la máquina desde su fabricación era defectuosa o quizá los conductores tenían una información social defectuosa para conducirla, o bien quizá era ambos?, ¿o quizá también los fabricante de la máquina hacían que la máquina sea defectuosa a propósito para que dependa en gran medida de los fabricantes o quizá también la información social de los conductores era defectuosa porque en el fondo dependían de los fabricantes (o buscaban depender de ellos), o quizá también ambos?, ¿o quizá la máquina es inservible para lo intereses de los conductores o bien la información social que guía a los conductores es inservible, o bien ambos?, ¿o bien la máquina estatal no sirve a los intereses del proletariado o bien los postulados y planteamientos de Lenin y lo bolcheviques no sirven a los intereses del proletariado, o bien ambos?, ¿el Estado (capitalista), a lo Lenin, sirve a la causa del socialismo (comunismo) o sirve a la causa capitalista?, ¿Comunismo o capitalismo?, ¿lucha de clases o conciliación de clases? […].

Continuando con el balance del poderío estatal y del control de ésta, refiere: “aquí es necesario plantear claramente el problema: ¿en que reside nuestra fuerza y qué es lo que nos falta? Tenemos el poder político totalmente suficiente. No creo que haya nada que asegure que en tal o cual cuestión práctica, en tal o cual institución de trabajo, los comunistas, el Partido Comunista, no tiene suficiente poder… La fuera económica fundamental está en nuestras manos. Todas las grandes empresas decisivas, los ferrocarriles, etc., están en nuestras manos… La fuerza económica en manos del Estado proletario en Rusia es por completo suficiente para asegurar el transito al comunismo. ¿Qué es pues, lo que falta? Evidentemente lo que falta es cultura en la capa comunista que cumplen funciones de dirección. Si tomamos Moscú –4700 comunistas en puestos responsables– y si tomamos esta máquina burocrática, ese montón, debemos preguntarnos: ¿quién dirige a quién? Me parece muy dudoso que pueda afirmarme que los comunistas dirigen ese gentío. Para decir la verdad, no dirigen, son dirigidos”31.

Al parecer hubo un reconocimiento de que a pesar de tener el poder político, de controlar la fuerza económica, de controlar casi todo, por no decir todo, y que por ser así debería de estar asegurado “el tránsito al comunismo”, no dirigían o tenían el control, sino, que eran dirigidos y controlados. Y a pesar de reconocerlo y de hacer todo un análisis de ello, se siguió haciendo lo mismo, se siguió enfatizando y poniendo en un primer plano al capitalismo de Estado, para fortalecerlo y desarrollarlo. Que Lenin para justificarlo, resaltaba la “falta de cultura en la capa comunista que cumplen funciones de dirección”. Ósea, que hay que amoldarse a los patrones culturales del sistema capitalista para ejercer la dirección, formarnos por la cultura del capitalismo para dirigirla, cambiar la mentalidad por la mentalidad capitalista para dirigirla […]. ¿Si hubo un reconocimiento explicito de lo que acarreaba el capitalismo de Estado, por qué se continuó recurriendo a él, asimismo para fortalecerlo?, ¿Si Lenin y los bolcheviques, sabían muy bien esto y de manera detallada, por que continuaron con la hegemonización y maxificación del capitalismo de Estado, que a modo general era capitalismo?, ¿sabía de antemano a donde llevaría y que desencadenaría?


V

A modo de conclusión, y retomando la síntesis del libro La contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo, se diría:

- Lenin y lo bolcheviques, no propusieron destruir el capital, sino desarrollarlo y controlarlo a través del Estado (capitalismo de Estado).

- No destruyeron el Estado, sólo lo ocuparon para mantener el capitalismo de Estado. Estado burgués.

- El Estado no respondió a la voluntad de los bolcheviques. Lenin lo reconoció y analizó, proponiendo el adaptarse a la cultura capitalista, dejarse formar por ella…, ya que el Estado es y seguirá siendo el capital centralismo.

- Es totalmente normal que el Estado siga inexorablemente las leyes del capital, ello es independiente a la voluntad de quienes se encuentran en el gobierno, la administran o dirigen.

- Como cualquier otro país capitalista, a pesar del elemento de voluntad de los que la dirigen, no es la dirección y la planificación quien decide la vida económica, sino la vida económica, la sociedad mercantil generalizada, quien dirige y decide la planificación32.

- A pesar de tener el control del Estado, de dirigirla y administrarla, no hubo una ruptura con el capitalismo de Estado, mas bien, se baso en el capitalismo para seguir desarrollándolo, conllevando inevitablemente a fortalecerlo. Terminando siendo agentes del capitalismo y sus continuadores.

- Pretendieron ser agentes tanto del capitalismo como del socialismo, y que ambos podían ir de la mano, apoyarse y convivir de manera pacífica, pero en realidad, actuaron como los mejores agentes del capitalismo y de la contrarrevolución nacional e internacional.

- La política económica y social aplicada por lo bolcheviques en defensa del capitalismo, tenía necesariamente que entrar en contradicción con los intereses del proletariado33. Por ende, los planteamientos de Lenin y los bolcheviques terminaron siendo posiciones reaccionarias y contrarrevolucionarias. Ya que los intereses del proletariado se contraponen a los intereses del capitalismo34.

En síntesis:

Lenin y lo bolcheviques pretendieron controlar el capitalismo sin destruirlo, lo que fue algo ilusorio, reaccionario y contrarrevolucionario. Pretendieron e hicieron hacer creer que el socialismo (o lo que ellos llamaban socialismo) tiene algo que ver con el orden social y económico que se implantaba en Rusia.

Fueron agentes del capital nacional, del Estado burgués (pasado como socialismo), y represor del proletariado, tanto a escala nacional como a escala internacional, que desde un principio se puso al lado y al servicio del capital.


***

“La dictadura del proletariado es la dirección de la política por el proletariado”35. Por ende a nivel teórico, el proletariado tiene que controlar y administrar el Estado. Si tiene que controlar y administrar el Estado tiene que implantar y desarrollar, a como de lugar, el capitalismo de estado. A nivel de la práctica, la dictadura del proletariado, fue que el partido o lo dirigentes del partido controlaron y administraron el Estado, e implantaron y desarrollaron el capitalismo de Estado, que en sí, fue el capitalismo a secas, desarrollado (mejorado), fortificado y exportado.



NOTAS

* Texto elaborado en base a extractos de la ponencia: “¿Dictadura del proletariado o capitalismo de Estado?”, expuesta en el conversatorio: “¡Todo el poder a los soviets! Por un análisis crítico de la revolución rusa”. Llevada a cabo el viernes 15 de octubre del 2010 en la Faculta de Ciencias Sociales de la U.N.M.S.M. Organizada por el Grupo Anarquista de Estudios Sociales (G.A.E.S.).

1 Infantilismo “de izquierda” y la mentalidad pequeñoburguesa. Publicado el 9, 10 y 11 de mayo de 1918 en los números 88, 89 y 90 del periódico Pravda. En V. I Lenin (1973). Obras escogidas. Editorial Cartago, Buenos Aires, Tomo V, p. 181-211.

2 Las cursivas son propias del texto original, o. c. p. 192.

3 Ibíd., p. 192.

4 Ibíd., p. 195. ¿El poder estatal se encuentra en manos de los obreros o en manos de los dirigentes del partido?

5 Ibíd., p. 196.

6 Ibíd., p. 196.

7 Ibíd., p. 197.

8 Ibíd., p. 199. Revisar: La catástrofe que nos amenaza y como luchar contra ella. Escrito entre el 10 y el 14 de setiembre de 1917. En V. I Lenin (1973). Obras escogidas. Editorial Cartago, Buenos Aires, Tomo IV, p. 257-300.

9 Las negritas son propias del texto original. Infantilismo “de izquierda” y la mentalidad pequeñoburguesa, p. 199

10 Ibíd., p. 199.

11 Un Estado burgués administrado por obreros. Justificación mitificada para la defensa y apología del capitalismo de Estado.

12 Reprimieron de manera sistemática (desde 1918) a toda la resistencia proletaria, que después se convertiría en represión contra sus propios miembros. Los puntos culminantes serían: las masacres en Ucrania, la represión en Petrogrado y la masacre en Kronstadt. En esta última no sólo se masacró (en masa) a proletarios que no compartían la política de los bolcheviques (Social revolucionario de izquierda, anarquistas, mencheviques…), sino también a militantes de su propio partido, bajo las ordenes de la dirección bolchevique. Revisar: Grupo Comunista Internacionalista (2009). La contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo. Anarres, Buenos Aires. Gran parte del texto basado en éste libro. Asimismo, para ampliar la información social sobre el tema, revisar: Archinoff, Pedro (1926). Historia del movimiento machnovista (1918-1921). Editorial Argonauta, Buenos Aires. Avrich, Paul (2004). Kronstadt 1921. Editorial Anarres, Buenos Aires. Mett, Ida (2006). La comuna de Kronstadt. Crepúsculo sangriento de los soviets. Ediciones Espartaco Internacional, Barcelona. Rocker, Rudolf (1959). Bolchevismo y anarquismo. Editorial Reconstruir, Buenos Aires.

13 La medida llamada “comunismo de guerra” y, ante su fracaso, la implantación de la NEP. Fueron medidas (y métodos) capitalistas que favoreció al desarrollo del comercio y la industria capitalista. No hizo más que afianzar las bases del capitalismo, para mantenerlo y fortalecerlo bajo el nombre de socialismo.

14 El impuesto en especie, publicado como folleto en mayo de 1921. En V. I. Lenin (1973). Obras escogidas. Editorial Cartago, Buenos Aires, Tomo VI, p. 289-326.

15 Ibíd., p. 305.

16 Ibíd., p. 305.

17 Ibíd., p. 305-306.

18 Ibíd., p. 306.

19 Revisar: Infantilismo “de izquierda” y la mentalidad pequeñoburguesa. La parte donde hace la caracterización de los elementos que constituyen las diferentes estructuras económicas sociales que existían en Rusia y la lucha fundamental a librarse y entre que elementos, p. 193-194. Asimismo revisar: El impuesto en especie, la parte donde hace un resumen a modo de síntesis del Infantilismo “de izquierda”…”, p. 291-292.

20 ¿Los hechos y sucesos en la actualidad son pura coincidencia o son continuación, desarrollo y ampliación de lo que ya planteaba, aplicaba e implantaba Lenin y el PC(b)R?, ¿Los países que se hacen (o hicieron) llamar socialista, son socialistas o son la continuación, desarrollo y ampliación de lo que ya planteaba, aplicaba e implantaba Lenin y el PC(b)R?, ¿Los partidos marxistas (socialistas o comunistas) en sus diversas variantes, son socialistas o son la continuación, desarrollo y ampliación de lo que ya planteaba, aplicaba e implantaba Lenin y el PC(b)R?.

21 El impuesto en especie, p. 307

22 Ibíd., p. 307

23 Ibíd., p. 308.

24 Ibíd., p. 315.

25 Ibíd., p. 315.

26 Proyecto de tesis sobre el papel y las funciones de los sindicatos bajo la nueva política económica. Escrito entre el 30 de diciembre de 1921 y el 4 de enero de 1922 y publicado con algunas modificaciones el 17 de enero de 1922 en Pravda, número 12. En V. I. Lenin (1973). Obras escogidas. Editorial Cartago, Buenos Aires, Tomo VI, p. 370-381.

27 Ibíd., p 371

28 Informe político del Comité Central al XI Congreso del PC(b)R. Publicado el 28 de marzo de 1922 en Izvestia del CEC de toda la Rusia, núm. 70, y el 28 y 29 de marzo en Pravda, núms. 70 y 71. En V. I. Lenin (1973). Obras escogidas. Editorial Cartago, Buenos Aires, Tomo VI, p. 396-440.

29 Ibíd., p. 411-412.

30 Ibíd., p. 412.

31 Ibíd., p. 420-421.

32 Cf. La contrarrevolución rusa y el desarrollo del capitalismo, p. 102.

33 Cf. Ibíd., p.105.

34 Cf. Ibíd., p. 105-106.

35 El impuesto en especie, p. 302.

Efrain H.

domingo, 13 de junio de 2010

II CONGRESO INTERNACIONAL DE ESTUDIANTES DE HISTORIA


Del 14 al 18 de junio del 2010

"INDEPENDENCIA Y REVOLUCIÓN: NUEVAS LUCES EN TORNO A UNA EXPERIENCIA LATINOAMERICANA"


MARTES 15 DE JUNIO DEL 2010.

LUGAR: SALÓN DE RECEPCIONES (Casona de la U.N.M.S.M.).

TEMA: "HISTORIA DESDE ABAJO Y MOVIMIENTOS SOCIALES".


PONENCIAS:


Hora: 10:00 a.m. - 12:30 p.m.


- CAMILO PLAZA ARMIJO (CHILE) - “LA ULTIMA BARRICADA: EL ANTIFASCISMO ANARQUISTA EN CHILE (1932- 1939)”.

- GONZALO ZAVALA CÓRDOVA (PERÚ) - "LA REVOLUCIÓN DE HUANUCO EN 1812. ASPECTOS ELEMENTALES Y CARACTERIZACIÓN".

- ESTEPHANY GUZMAN GONZALEZ (COLOMBIA) - "REFERENCIAS EXTERNAS EN LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO Y EN LOS DISCURSOS DE LAS REVOLUCIONES DE LOS ARTESANOS DE 1848 A 1854".

- YVÁN HERNANDEZ AGURTO (PERÚ) - "LA CLASE POSTERGADA: UN ANÁLISIS DE LOS MOVIMIENTOS CAMPESINOS EN EL PERÚ".



Hora: 2:30 - 4:30 p.m.

- OMAR DARÍO HUERA (MÉXICO) - "UNA PERSPECTIVA REGIONAL: EL SALDO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN EL SECTOR OBRERO DEL ESTADO DE MICHOACÁN 1920-1928".

- EFRAIN HUAMANCHAHUA (PERÚ) - "DELFÍN AMADOR LÉVANO GÓMEZ Y LOS ORÍGENES DEL MOVIMIENTO OBRERO EN EL PERÚ".

- MARIO ARAYA SAAVEDRA. (CHILE) - "LOS ANARQUISTAS CONTRA RECABARREN: POLÉMICAS Y DESENCUENTROS ENTRE ÁCRATAS Y EL MÁS FAMOSO ÍDOLO POPULAR (CHILE, 1904-1924)".

- MURICIO ARCILA (COLOMBIA) - "LA VIOLENCIA Y EL FRENTE NACIONAL, INSTAURADORES DE LA NADA".



Hora: 4:30 - 6:00 p.m.

MESA MAGISTRAL: "DE COLONIAS A REPÚBLICAS: LOS PROYECTOS Y VISIONES".
DR. CRISTÓBAL ALJOVÍN DE LOSADA (UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS) - "EL CONCEPTO PARTIDO-FACCIÓN EN IBEROAMÉRICA 1750- 1850”.

DR. WILFREDO KAPSOLI (UNIVERSIDAD RICARDO PALMA): “IMPACTO SOCIAL DE LA LEY DE VIENTRES”.

MG. JUAN LUIS ORREGO (PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ).



Hora: 7:00 - 9:00 p.m.

- OMAR GONZALEZ SALINAS (MÉXICO) - "EL DESARROLLO POLÍTICO Y AVANCE DE OBJETIVOS EN LA INSURGENCIA MEXICANA, A TRAVÉS DE SUS DECRETOS. SUS VAIVENES ENTRE EL LIBERALISMO Y CONSERVADURISMO”. ANÁLISIS DE DOCUMENTOS".

- MARIZA HUAMAN QUISPE. (PERÚ) - "LA CLASE OBRERA PERUANA EN TORNO A LOS DERECHOS LABORALES".

- PABLO MEGUIRET CALE (ECUADOR) - "HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO EN EL ECUADOR: SEMEJANZAS Y DIFERENCIAS ENTRE EL 15 DE NOVIEMBRE DE 1922 Y LA MASACRE DE AZTRA".

- DIEGO TÉLLEZ SANTA (MÉXICO) - "ANARCOSINDICALISMO MEXICANO, 1900-1931".




Para informarse más sobre el evento y sobre la actividad revisar el programa de todo el Congreso (Archivo adjunto).

Asimismo la web: http://www.ciehperu.com/joomla/ y el blog: http://iicieh.blogspot.com/.

viernes, 23 de abril de 2010

Silabo del Curso

UNIVERSIDAD NACIONAL FEDERICO VILLARREAL

FACULTAD DE HUMANIDADES
Escuela Profesional de Filosofía


Asignatura: Lectura e interpretación de textos filosóficos II
Código: 200013

I. Datos Generales

1.1 Departamento: Filosofía
1.2 Escuela profesional: Filosofía
1.3 Especialidad: Humanidades
1.4 Nombre de la Carrera: Licenciado en Filosofía
1.5 Año de Estudios: Tercero
1.6 Créditos. 04
1.7 Área de la asignatura: Filosofía
1.8 Condición: Obligatorio
1.9 Pre-requisito: Ninguno
1.10 Horas de clase: 05 semanal
1.11 Horas de clase total: 85
1.12 Profesor responsable: Víctor Samuel Rivera
1.13 Año lectivo: 2010-I


II. Sumilla:

El curso consiste en la lectura sistemática y crítica del conjunto de la obra de un autor, en este caso de la de Renato Descartes (1596-1650). El propósito de la lectura es ofrecer las herramientas para una lectura académica de los textos, así como del manejo apropiado de fuentes de consulta, referencia de textos originales y el manejo de fuentes secundarias. Respecto del autor, se ofrece la información histórica del caso, los problemas filosóficos conexos así como las diversas posturas que se considera vigentes de acuerdo a la discusión contemporánea sobre el tema.


III. Competencia:

Al culminar el curso se espera que el alumno conozca, por medio de la práctica efectiva de la interpretación de textos, cuáles son los criterios para efectuar una investigación académica con los criterios de la profesión.

1. Aspectos conceptuales:

A. El alumno deberá reconocer los aspectos relevantes de una lectura filosófica, así como los puntos de partida para argumentar en filosofía llevados a la práctica (como diferentes de dar opiniones personales, proponer puntos de vista o informar).

B. El alumno debe ser capaz de identificar un trabajo especializado de investigación en filosofía.

C. Al final del curso, el alumno deberá ser capaz de efectuar una lectura interpretativa de textos filosóficos, tanto en sentido histórico como sistemático.

2. Aspectos procedimentales:

A. El alumno podrá hacer uso de fuentes especializadas, tanto primarias como secundarias, para la investigación académica de un autor canónico cualquiera.

B. Al final de curso el alumno debe ser capaz de efectuar el análisis de textos filosóficos y diferenciar en éstos los aspectos propiamente conceptuales de otros niveles de lectura (histórico, biográfico, cultural, etc.).

C. Al final del curso, se espera del alumno que éste pueda llevar a cabo la composición de un texto académico básico desarrollando una hipótesis de trabajo.

3. Aspectos actitudinales:

A. El alumno deberá adoptar una actitud seria y respetuosa ante el conocimiento especializado.

B. El alumno deberá apreciar la magnitud del esfuerzo personal que significa el trabajo académico, cultivando la disciplina y el orden del trabajo intelectual.


IV. Aporte de la asignatura al perfil profesional

1. Área científica : El curso ofrece un ejemplo de trabajo académico en filosofía, así como una exposición exhaustiva de la obra de Renato Descartes de acuerdo a los parámetros académicos internacionales.
2. Área técnica : El curso ofrece herramientas para la hermenéutica textual y el
manejo de fuentes filosóficas.

V. Organización de las unidades de aprendizaje

Unidad Nro. 1
Denominación : Pautas para el trabajo de investigación académica según una edición
canónica y manejo de bibliografía especializada.
Nro. total de horas: 20

Unidad Nro. 2
Denominación : “Le Descartes de jeunesse”. Los escritos de Descartes hasta 1629:
Praeambula, Experimenta, Regulae ad Directionem Ingenii (1629). La Carta sobre el lenguaje universal (1629).
Nro. total de horas: 20

Unidad Nro. 3
Denominación : De la ciencia a la racionalidad. Las obras científicas de Descartes y el
proyecto fundacional de la modernidad. Carta a Mersenne del 15 de abril de 1630; el Discours de la Méthode (1637)
Nro. total de horas: 20

Unidad Nro. 4
Denominación : Las trampas de la modernidad. Los problemas conceptuales de la
metafísica cartesiana en diálogo con su tiempo (y el nuestro). El
Descartes de la madurez. Las Meditationes de Prima Philosophia
(1641), los Principes de la Philosophie (1644); el Entretien avec
Burman (1649).
Nro. total de horas: 20

Unidad Nro. 5
Denominación: Descartes y el Emperador. Proyecto ético y político de Descartes según él mismo. La idea de una teología política. Correspondencia (1646-1659). Las Pasiones del alma (1649).
Nro. total de horas: 20

VI. Programación de las unidades de aprendizaje

6.1 Unidad Nro. 1

6.1.1 Nro. de sesiones :5
6.1.2 Competencia específica :Al término de la unidad el alumno contará con las
herramientas y pautas académicas para realizar una investigaciones de acuerdo con los estándares aceptados en la profesión, en particular en el manejo de las obras de René Descartes.
6.1.3 Contenidos :
A) Empleo y evolución histórica de la edición canónica de las obras de Descartes.
B) Información general sobre la bibliografía de y sobre Descartes, traducciones y comentarios.
C) Criterios de interpretación de la obra de Descartes.

6.1.4 Actividades :Exposición de textos.
6.1.5 Bibliografía :La que se sugiere en el adjunto.

6.2 Unidad Nro. 2

6.2.1 Nro. de sesiones :5
6.2.2 Competencia específica :Al término de la unidad el alumno podrá distinguir los
aspectos específicamente originales y modernos del pensamiento del autor, ver su relación con fuentes escolásticas, las matemáticas del siglo XVII y las ciencias ocultas de la tradición mágico alquímica. Por otra parte, el alumno deberá reconocer los rasgos básicos del pensamiento moderno, cuya interpretación matizará con la herencia hermenéutica contemporánea.

6.2.3 Contenidos :
A) Tradición y racionalidad en las obras de juventud del autor.
B) Examen de las diversas corrientes que influencian en la formación del pensamiento maduro de Descartes (tradición mágico alquímica, escolástica tardía y ciencia físico matemática)
C) Hermenéutica contemporánea del pensamiento del autor (subjectum, fundamentum, idea
moderna de verdad y utopía técnico-científica).
D) La ontología moderna como quehacer de la mente.
E) El problema del lenguaje en Descartes; la interpretación de la lingüística generativa
contemporánea.


6.2.4 Actividades :Exposición de textos.
6.2.5 Bibliografía :La que se sugiere en el adjunto.

6.3 Unidad Nro. 3
6.3.1 Nro. de sesiones :5
6.3.2 Competencia específica :Al término de la unidad el alumno ubicará la génesis
histórico hermenéutica del pensamiento filosófico del autor en relación con los problemas de fundamentación de la nueva ciencia y la búsqueda de una nueva ontología; podrá dar cuenta asimismo de sus compromisos con las utopías políticas. Por otra parte, alcanzará un manejo histórico de las diferentes partes del Discurso del Método, sus diferentes funciones textuales y las polémicas a que dio lugar históricamente situadas.

6.3.3 Contenidos :
A) Génesis y composición del Discurso del Método.
B) Redes de intercambio científico y condiciones de trabajo de la comunidad científica en el primer tercio del siglo XVII.
C) Criterios de interpretación del Discours de Descartes en clave contemporánea.
D) Examen de la Carta a Mersenne del 15 de abril de 1630. Las “verdades eternas”.

6.1.4 Actividades :Exposición de textos.
6.1.5 Bibliografía :La que se sugiere en el adjunto.

6.4 Unidad Nro. 4
6.4.1 Nro. de sesiones :5
6.4.2 Competencia específica :Al término de la unidad el alumno podrá dar cuenta de los
aspectos más relevantes de la obra metafísica de escartes, de su significado hermenéutico para la exégesis actual y de los principales problemas conceptuales que la obra plantea. Se espera que el alumno pueda dar un recuento histórico suficiente desde el punto de vista académico del contexto histórico de las polémicas originales del autor con su entorno en la modernidad temprana.

6.4.3 Contenidos :
A) La función de la duda dentro del “orden de las razones” de Descartes. Distinción entre duda escéptica y duda metódica.
B) El carácter fundacional del Ego cartesiano, el “yo desencarnado” y la problematicidad de su planteamiento en las obras metafísicas.
C) Distinción de las caracteres epistémicos y ontológicos de los conceptos clave Yo, Dios,
mundo.
D) La noción de idea como “representación mental”. Su contrapartida en la tradición clásica y escolástica y sus vínculos con el pirronismo.
E) El problema mente-cuerpo, el solipsismo y la incomunicabilidad de las mentes.

6.4.4 Actividades :Exposición de textos.
6.4.5 Bibliografía :La que se sugiere en el adjunto.

Unidad Nro. 5
6.5.1 Nro. de sesiones :5
6.5.2 Competencia específica :Al final de la unidad el alumno estará en capacidad
de vincular los diferentes aspectos de la filosofía de Descartes estudiados en las unidades anteriores con la hermenéutica política actual, en particular con las polémicas acerca de la interpretación de la racionalidad práctica y la modernidad. Desde el punto de vista histórico, accederá a las ideas de Descartes respecto de la moral y la política, en particular en su correspondencia entre 1646 y 1650, así como en los escritos publicados del mismo periodo.
6.5.3 Contenidos
A) Acceso a las fuentes conceptuales que orientan la interpretación cartesiana de la racionalidad práctica y que se hallan presentes en la correspondencia con la Princesa del Palatinado.
B) Explicitación de las teorías médicas aplicadas al concepto de “pasiones”, así como sus vínculos con la moral.
C) La cuestión de la virtud y el voluntarismo cartesiano.
D) Examen de la teología política de Descartes y la noción de “verdad” aplicada a cuestiones histórico políticas.

6.5.4 Actividades :Exposición de textos.
6.4.5 Bibliografía :La que se sugiere en el adjunto.


VII. Estrategias metodológicas
7.1 Métodos :Exposición crítica en clase, asesorías personales y
exposición de textos de parte de los alumnos con apoyo del profesor.
7.2 Técnicas :Análisis crítico de textos con acceso a la fuente original.
7.3 Medios didácticos :Los apropiados para el análisis de textos.


VIII. Evaluación
8.1 Técnicas :Acompañamiento del aprovechamiento del alumno, cuya
evaluación pasa por dos exámenes de conocimientos generales y una monografía, con carácter aplicativo. La monografía abarca el 50% de la calificación total.
8.2 Criterios :La cátedra considera que la asistencia irregular a clase
descalifica la aprobación del curso. Las intervenciones en clase y la discusión académica son condiciones que el profesor considerará en favor del alumno.

IX. Bibliografía
Del autor

Descartes, René; Correspondencia con Isabel de Bohemia y otras cartas. Barcelona: Alba, 1999, 277 pp.
Descartes, René; Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría (Prólogo, traducción y notas por Guillermo Quintás Alonso); Madrid: Alfaguara,1981, 490 pp.
Descartes, René; Discurso del método, seguido de La búsqueda de la verdad mediante la luz natural (Traducción y notas de Víctor Florián). Bogotá: Panamericana, 1999, 137 pp.
Descartes, René; Entretien avec Burman; Paris: Vrin, 1975, 144 pp.
Descartes, René; Oeuvres complètes (Ed. et an. Par Charles Adam y Paul Tannery);. Paris: Vrin, 1996, XI t.
Descartes, René; Oeuvres de Descartes (Publiées Par Victor Cousin); Paris: Levrault, 1824-1825, XI t.
Descartes, René; Las pasiones del alma (Estudio preliminar, notas y traducción de José Antonio Martínez). Madrid: Tecnos, 1997 (1649), 279 pp.
Descartes, René; Los principios de la filosofía. Madrid: Alianza, 1995, 482 pp.
Descartes, René; Meditaciones metafísicas. Buenos Aires: Aguilar, 1980 (1641), 125 pp.
Descartes, René; Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas (Introducción, traducción y notas de Vidal Peña). Madrid: Alfaguara, 1977, 466 pp.
Descartes, René; Observaciones sobre el programa de Regius (Traducción, introducción y notas de Guillermo Quintás Alonso). Buenos Aires: Aguilar, 1980, 74 pp.
Descartes, René; Reglas para la dirección del espíritu (Introducción traducción y notas por Juan Manuel Navarro Cordón). Madrid: Alianza, 1984, 170 pp.
Descartes, René; Reglas para la dirección de la mente (Traducción del latín, prólogo y notas de Francisco de Samaranch). Buenos Aires: Aguilar, 1974 (1966), 153 pp.
Descartes, René; Tratado del hombre. Madrid: Editora Nacional, 1980, 157 pp.

Biografías recomendadas

Rodis-Lewis, Geneviève; Descartes, biografía. Barcelona: Península, 1996, 334 pp.
Strathern, Paul; Descartes en 90 minutos. Madrid: Siglo XXI, 1998, 76 pp.
Watson, Richard; Descartes, el filósofo de la luz. Barcelona: Vergara, 2003, 347 pp.

Introducciones recomendadas

Chevalier, Jacques; Descartes. Paris: Plon, 1957, 374 pp.
Dauler Wilson, Margaret; Descartes. London: Routledge, 1996 (1978), 255 pp.
Hamelin, Octave; El sistema de Descartes. Buenos Aires: Losada, 1947 (1931).
Hoffmann; Abraham; Descartes. Madrid: Revista de Occidente, 1932, 179 pp.
Mesnard, Pierre; Descartes. Paris: Seghers, 1974, 201 pp.
Rodis-Lewis, Geneviéve; L’Oeuvre de Descartes. Paris: Vrin, 1971, 2 v.
Rodis-Lewis, Geneviéve; Descartes et le rationalisme. Paris: PUF, 1966, 128 pp.
Valéry, Paul; El pensamiento vivo de Descartes. Buenos Aires: Losada, 229 pp.
Williams, Bernard; Descartes, el proyecto de la investigación pura. Madrid: Cátedra 1996 (1978), 399 pp.

Selección de comentarios sobre filosofía de la ciencia

Clarcke, Desmond; La filosofía de la ciencia de Descartes. Madrid: Alianza, 1986, 256 pp.
Denisoff, Élie; Descartes, premier théoricien de la physique mathématique. Louvain: Éditions Béatrice Nauwelaerts, 1970, 133 pp.
Dupont, Paul; Descartes, théoricien géant et solitaire. Paris: La clé d’Or.1951, 205 pp.
Koyré, Alexandre; La loi de la chute des corps, Descartes et Galilée. Paris: Hermann, 1939, 76 pp.
Still, Alfred; Aux confins de la Science. Paris: Payot, 307 pp.

Selección de comentarios sobre filosofía política

Guenancia, Pierre; Descartes et l’ordre politique, critique cartesienne des fondements de la politique. Paris: PUF, 1983, 256 pp.
Rivera, Víctor Samuel; “Belicosa y Pacífica. La teología política de Descartes”. En: Yachay, revista de filosofía y teología (Universidad Católica de Bolivia, Cochabamba), Año 21, Nro. 39, 2004, pp. 115-150.

Selección de estudios especializados en general

Belaval, Yvon; Leibniz, critique de Descartes. Paris: Gallimard, 1960, 559 pp.
García-Hernández, Benjamín; Descartes y Plauto. Madrid: Tecnos, 1997, 328 pp.
Gilson, Etienne; René Descartes, Discours de la Méthode, texte et commentaire. Paris: Vrin, 1939, 498 pp.
Gilson, Etienne; Études sur le role de la pensée médiévale dans la formation du systeme cartésien. Paris: Vrin, 1951, 344 pp.
Gomila, A.; “La teoría de las ideas de Descartes”. En: Teorema, revista internacional de filosofía, Vol XVI, Nro. 1, 1996, pp. 47-70.
Gouhier, Henri; Les premières pensées de Descartes. Paris: 1979 (1958), 169 pp.
Marion, Jean-Luc; Sur l’ontologie grise de Descartes. Paris: Vrin, 1993, 220 pp.
Marion, Jean-Luc, Sur la théologie blanche de Descartes. Paris: PUF, 1991 (1981), 492 pp.
Rivera, Víctor Samuel; “La Carta sobre el lenguaje universal del 20 de noviembre de 1629”. En: Revista Venezolana de Filosofía, #38, 1998, pp. 115-150.
Rivera, Víctor Samuel; “Ontología y lingüística cartesiana”. En Areté: (Lima), vol. 2 # 1, 1990.
Rodis-Lewis, Geneviève; Le développement de la pensée de Descartes. Paris: Vrin, 1997, 223 pp.
Secada Jorge; Cartesian Metaphysics, The Scolastic Origins of Modern Philosophy. Cambridge: Cambridge University Press, 333 pp.
Turró, Salvio; Descartes, del hermetismo a la nueva ciencia. Madrid: Anthropos, 1985, 439 pp.
Villoro, Luis; La idea y el ente en la filosofía de Descartes. México: FCE, 1965, 166 pp.

domingo, 28 de febrero de 2010

La catastrofe del Posmodernismo (John Zerzan)

Madonna, “¿Nos estamos divirtiendo aún?”, periódicos de supermercado, Milli Vanilli (1), realidad virtual, “shop ’till you drop [compra hasta caer rendido], la Gran Aventura de PeeWee∞ (2), el “empowerment” [lo que permite hacer algo lo mejor posible] del New Age/Computer (3), mega-tiendas, Talking Heads (4), películas basadas en tiras cómicas, consumo “verde”. Una construcción de lo resueltamente superficial y cínico. Anuncio de Toyota: “Nuevos valores: ahorro, cuidado personal… todas esas cosas”. Almacén al por menor: “Contenidos de Estilo”; “Why ask Why? Try Bud Dry” [¿Por qué preguntar por qué? Prueba Bud Dry]; mirar la televisión interminablemente mientras nos burlamos de ella. Incoherencia, fragmentación, relativismo –hasta e incluyendo el desmantelamiento de la propia noción de significado (¿porqué el récord de la racionalidad ha sido tan pobre?); adopción de lo marginal, mientras se ignora cuán fácilmente los márgenes se han puesto de moda. “La muerte del sujeto” y “la crisis de la representación”.

Posmodernismo. Originariamente un tema de la estética, ha colonizado “áreas cada vez más amplias”, según Ernesto Laclau, “hasta convertirse en el nuevo horizonte de nuestra experiencia cultural, filosófica y política”. “La creciente convicción”, como la tiene Richard Kearney, “de que la cultura humana tal como la hemos conocido… ha llegado ahora a su fin”. Especialmente en los EE.UU., es la intersección de la filosofía postestructuralista con la cada vez más amplia condición de la sociedad: un ethos especializado y, mucho más importante, la llegada de lo que la sociedad industrial moderna había anticipado. El posmodernismo es la contemporaneidad, un embrollo de soluciones a plazos en todos los niveles, donde destacan la ambigüedad, la negativa a examinar los orígenes o los fines, tanto como el rechazo de los planteamientos de oposición, “el nuevo realismo”. Al no significar nada y no ir a parte alguna, el pm [posmodernismo] es un milenarismo invertido, una realización de conjunto del sistema de “vida” tecnológico del capital universal. No resulta accidental que la Universidad de Carnegie-Mellon, que en los años 80 fue la primera en exigir que todos los estudiantes estuvieran equipados con ordenadores, estableciera “el primer programa de estudios postestructuralista del país”.

El narcisismo del consumidor y un “¿qué más da?” universal señalan el fin de la filosofía como tal y el esbozo de un paisaje, de acuerdo con Kroker y Cook, de “desintegración y decadencia sobre la irradiación de fondo de la parodia, el kitsch y el agotamiento”. Henry Kariel concluye que “para el posmodernismo, es sencillamente demasiado tarde para oponerse al impulso de la sociedad industrial”. Superficie, novedad, contingencia: no hay ningún fundamento a mano para criticar nuestra crisis. Si el posmodernismo típico se resiste a conclusiones generalizables, en favor de un supuesto pluralismo y de una perspectiva abierta, también es razonable (si se nos permite utilizar tal palabra) predecir que si y mientras vivimos en una cultura completamente pm, ya no sabremos cómo formular eso.

La primacía del lenguaje y el fin del sujeto.

Desde el punto de vista del pensamiento sistemático, la creciente preocupación por el lenguaje es un factor clave explicable por el clima pm de enfoques estrechos y de retroceso. El llamado “descenso al lenguaje”, o “giro lingüístico”, ha impuesto la presunción posmodernista-postestructuralista de que el lenguaje constituye el mundo humano y el mundo humano la totalidad del mundo. Principalmente en este siglo [el siglo XX], el lenguaje fue ocupando la parte central de la filosofía, entre figuras tan diversas como Wittgenstein, Quine, Heidegger o Gadamer, en tanto crecía la atención hacia la teoría de la comunicación, la lingüística y la cibernética, y los lenguajes informáticos demostraban un énfasis similar durante décadas en la ciencia y la tecnología. Este bien pronunciado giro hacia el lenguaje fue adoptado por Foucault como un “salto decisivo hacia una forma de pensamiento completamente nueva”. De una manera menos positiva, se lo puede explicar al menos parcialmente desde la perspectiva del pesimismo que siguió al declive del impulso de oposición de los años 60. La década del 70 fue testigo de un alarmante repliegue dentro de lo que Edward Said llamó el “laberinto de la textualidad”, como opuesto a la ocasional actividad intelectual rebelde del período anterior.

Quizá no sea paradójico que el “fetiche de lo textual”, como señaló Ben Agger, “desplegara su atracción en una época en que los intelectuales eran despojados de sus palabras”. El lenguaje se degrada cada vez más, vaciado de sentido, sobre todo en su uso público. Ya no se puede confiar en las palabras, y esto forma parte de una amplia corriente antiteórica, detrás de la cual se oculta una derrota mucho mayor que la de los ´60: la de la herencia completa de la racionalidad de la Ilustración. Hemos dependido del lenguaje como de la doncella supuestamente fiel y transparente de la razón, ¿y adónde nos ha llevado? Auschwitz, Hiroshima, miseria psíquica de las masas, destrucción inminente del planeta, por mencionar sólo unas pocas cosas. Abrazamos el posmodernismo, con sus vueltas evidentemente extravagantes y fragmentadas. Saints and Postmodernism (1990), de Edith Wyschograd, no sólo da testimonio de la ubicuidad del “enfoque” pm –no hay, en apariencia, ningún campo fuera de su alcance-, sino que además reflexiona convincentemente sobre la nueva orientación: “El posmodernismo, como estilo discursivo ‘filosófico’ y ‘literario’, no puede apelar francamente a las técnicas de la razón, instrumentos ellas mismas de la teoría, sino que debe forjar nuevos y necesariamente misteriosos medios para socavar los fervores de la razón”.
El antecedente inmediato del posmodernismo/postestructuralismo, imperante en los años 50 y buena parte de los 60, se organizó en torno a la centralidad que otorgaba al modelo lingüístico. El estructuralismo aportó la premisa de que el lenguaje constituye nuestro único medio para acceder al mundo de los objetos y de la experiencia y su ensanche; de que el significado surge completamente del juego de las diferencias dentro de sistemas de signos culturales. Levi-Strauss, por ejemplo, explicó que la clave de la antropología yace en el descubrimiento de leyes sociales inconscientes (por ejemplo, aquellas que regulan los vínculos matrimoniales y de parentesco), que están estructuradas como el lenguaje. Fue el lingüista suizo Saussure quien subrayó, en un paso muy influyente para el posmodernismo, que el significado no reside en una relación entre una proposición y aquello a lo que se refiere, sino en la relación de unos signos con otros. La creencia saussuriana en la naturaleza cerrada, autorreferencial del lenguaje, implica que todo está determinado dentro de éste, llevando al abandono de nociones extrañas como alienación, ideología, represión, etc., y concluyendo que lenguaje y conciencia son prácticamente lo mismo.Dentro de esta trayectoria, que rechaza la concepción del lenguaje como un medio externo desplegado por la conciencia, aparece el también muy influyente neofreudiano Jacques Lacan. Para él, no sólo la conciencia está impregnada completamente por el lenguaje y no existe por sí misma aparte del lenguaje; incluso “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.

Pensadores anteriores, Nietzsche y Heidegger especialmente, ya habían sugerido que un lenguaje diferente o una relación modificada con el lenguaje podía traer de algún modo nuevas e importantes intuiciones. Con el giro lingüístico de los tiempos más recientes, hasta el concepto de un individuo que piensa como base del conocimiento llegó a ser dudoso. Saussure descubrió que “el lenguaje no es una función del sujeto hablante”, sino que por el contrario es el que le da voz a éste, ocupando así la primacía. Roland Barthes, cuya carrera se desarrolla en los períodos estructuralista y postestructuralista, decidió que “es el lenguaje el que habla, no el autor”, observación a la que se equipara la de Althusser de que la historia es “un proceso sin sujeto”.

Si el sujeto es visto esencialmente como una función del lenguaje, la sofocante mediación de éste y la del orden simbólico en general ascienden al primer lugar de la agenda. Así, el posmodernismo se flagela tratando de comunicar lo que se encuentra más allá del lenguaje, “para mostrar lo inmostrable”. Mientras tanto, dada la duda radical introducida en cuanto a la disponibilidad para nosotros de un referente en el mundo exterior al lenguaje, lo real desaparece de la reflexión. Jacques Derrida, la figura central del ethos posmodernista, procede como si la conexión entre las palabras y el mundo fuera arbitraria. El objeto mundo no desempeña ningún papel para él. El agotamiento del modernismo y la aparición del posmodernismo requieren, antes de volver a Derrida, unos pocos comentarios más sobre los precursores y el cambio más amplio en la cultura. El posmodernismo plantea cuestiones sobre la comunicación y el significado, de manera que la categoría de la estética, al menos, se convierte en problemática. Para el modernismo, con su feliz creencia en la representación, el arte y la literatura mantienen como mínimo cierta promesa de aportar una visión de realización y armonía. Hasta el fin del modernismo, la “alta cultura” fue considerada como un depósito de sabiduría moral y espiritual. Ahora no parece existir tal creencia, al revelar quizá la ubicuidad de la cuestión del lenguaje el vacío dejado por el fracaso de los otros candidatos a unos comienzos promisorios para la imaginación humana. En los años 60 el modernismo pareció haber alcanzado el fin de su desarrollo, abriendo paso el canon austero de su pintura (por ejemplo, Rothko o Reinhardt) a los esponsales del acrítico pop art con la cultura de consumo comercial vernácula. El posmodernismo, y no sólo en las artes, es el modernismo sin las esperanzas y sueños que hicieron soportable la modernidad.

En las artes visuales, se verifica una extendida tendencia “fast food”, en la dirección de un entretenimiento fácilmente consumible. Howard Fox observa que “tal vez la artificiosidad sea la principal cualidad del arte posmoderno”. Una decadencia o agotamiento del desarrollo se observa también en las sombrías pinturas de Eric Fischl, donde a menudo cierto horror parece acechar bajo la superficie. Esta cualidad vincula a Fischl, pintor pm esencial de Norteamérica, a la igualmente siniestra Twin Peaks y a la figura pm esencial de la televisión, David Lynch. La imagen, desde Warhol, es autoconscientemente una mercancía reproducible mecánicamente y ésta es la razón de fondo tanto de la superficialidad como de la nota común espectral y ominosa.

El eclecticismo tan frecuentemente notado del posmodernismo es un reciclaje arbitrario de fragmentos de aquí y de allá, especialmente del pasado, que a menudo asume la forma de la parodia y del kitsch. Desmoralizado, desrealizado, deshistorizado, el arte ya no puede tomarse a sí mismo en serio. La imagen no se refiere ya en primer lugar a algún “original”, situado en alguna parte del mundo “real”; se refiere, y de manera creciente, sólo a otras imágenes. Así, refleja lo perdidos que estamos, cuán separados de la naturaleza, en el mundo cada vez más mediado del capitalismo tecnológico.

El término posmodernismo se aplicó por primera vez, en los años 70, a la arquitectura. Christopher Jencks escribió sobre una propuesta antiprograma y propluralista, el abandono del sueño modernista de la forma pura en favor de la escucha de “los múltiples lenguajes de la gente”. Más honestas son la celebración de Las Vegas de Robert Venturi y la admisión por parte de Piers Gough de que la arquitectura pm no se interesa más por la gente de lo que lo hizo la arquitectura modernista. Los arcos y columnas puestos en los compartimientos modernistas son una frágil fachada de la travesura y la individualidad, que ciertamente no transforma las concentraciones anónimas de riqueza y poder por debajo.

Los escritores posmodernistas cuestionan los fundamentos mismos de la literatura, en vez de seguir creando la ilusión de un mundo externo. La novela reorienta su atención sobre sí misma. Donald Barthelme, por ejemplo, escribe historias que parecen recordarle siempre al lector que son artificios. Al protestar contra la exposición, el punto de vista y otros patrones de la representación, la literatura pm exhibe su incomodidad con las formas suavizadas y domesticadas por los productos culturales. Mientras el distante mundo se vuelve más artificial y su sentido menos sujeto a nuestro control, el nuevo planteamiento revelaría más bien la ilusión aun a costa de no decir ya nada. Aquí y en todas partes el arte lucha contra sí mismo, y sus anteriores exigencias de ayudarnos a comprender el mundo se desvanecen, en tanto el concepto de imaginación incluso pierde su fuerza.

Para algunos, la pérdida de la voz narrativa o el punto de vista es equivalente a la pérdida de nuestra capacidad para situarnos a nosotros mismos históricamente. Para los posmodernistas esta pérdida representa cierta liberación. Raymond Federman, por ejemplo, ensalza en la ficción venidera el hecho de que “estará en apariencia libre de cualquier significado… deliberadamente ilógica, irracional, irrealista, no deductiva e incoherente”.

La fantasía, en ascenso durante décadas, es una forma común del posmodernismo, que lleva consigo el recordatorio de que lo fantástico enfrenta a la civilización con las propias fuerzas que ésta debe reprimir para sobrevivir. Pero es una fantasía que, igualando a la desconstrucción y a los elevados niveles de cinismo y resignación en la sociedad, no cree en sí misma hasta el punto de una gran comprensión o comunicación. Los escritores pm parecen ahogarse en los pliegues del lenguaje, transmitiendo poca cosa más que su actitud irónica respecto a las más tradicionales exigencias de verdad y sentido de la literatura. Quizá sea característica la novela de Laurie Moore, Like Life [Como la vida] (1990), cuyo título y contenido ponen de manifiesto una retirada de la vida y una inversión del Sueño Americano, en el que las cosas sólo pueden ir a peor.

La celebración de la impotencia

El posmodernismo subvierte dos de los principios centrales del humanismo de la Ilustración: el poder del lenguaje para configurar el mundo y el poder de la conciencia para dar forma a un yo. De este modo nos encontramos con el vacío posmodernista, la noción general de que el anhelo de emancipación y libertad prometidos por los principios humanistas de la subjetividad no puede ser satisfecho. El pm considera al yo como una convención lingüística. Como señaló William Burroughs: “Nuestro ‘yo’ es un concepto completamente ilusorio”.

Resulta obvio que el alabado ideal de la individualidad ha estado bajo presión durante mucho tiempo. El capitalismo, en realidad, ha hecho una profesión de fe de la exaltación del individuo mientras lo destruía (a él y a ella). Y las obras de Marx y Freud han hecho mucho por mostrar como descaminada e ingenua la creencia en el yo kantiano racional y soberano a cargo de la realidad, junto a sus intérpretes estructuralistas más recientes, Althusser y Lacan, que han contribuido a la empresa y la han actualizado. Pero en esta época la presión es tan extrema que el término “individuo” se ha vuelto obsoleto, siendo reemplazado por el de “sujeto”, que incluye siempre el aspecto de estar sujetado (como, por ejemplo, en el término más antiguo “súbdito del rey”). Incluso ciertos radicales libertarios, como el grupo Interrogaciones en Francia, se suman al coro posmodernista para rechazar al individuo como un juicio de valor, debido a la degradación de la categoría por la ideología y la historia.

Así, el pm revela que la autonomía ha sido mayormente un mito y que los acariciados ideales de dominio y voluntad son similarmente engañosos. Pero si junto con esto se nos prometió un nuevo y serio intento de desmistificar la autoridad, oculta detrás de las máscaras de una “libertad” humanista burguesa, lo que en realidad se consiguió fue una dispersión del sujeto tan radical como para volverlo impotente, incluso no existente, como cualquier clase de agente. ¿Quién o qué queda para lograr la liberación, o es ésta una idea fantástica más? La actitud posmoderna necesita esto: borrar a la persona, en tanto que la existencia misma de su propia crítica depende de ideas desacreditadas como la de subjetividad. Fred Dallmayr, al reconocer el extendido atractivo del antihumanismo contemporáneo, advierte que las primeras víctimas son la reflexión y el sentido de los valores. Afirmar que somos en primer lugar instancias del lenguaje significa obviamente despojarnos de nuestra capacidad para comprender el todo, en una época que nos convoca urgentemente a hacerlo. No es de extrañar que para algunos el pm sea igual, en la práctica, a un mero liberalismo sin sujeto, mientras que las feministas que intentan definir o reclamar una identidad femenina autónoma serán también, probablemente, disuadidas.

El sujeto posmoderno, lo que presumiblemente ha quedado de la máscara del sujeto, parece ser sobre todo la personalidad construida por y para el capital tecnológico, descrita por el teórico de la literatura marxista Terry Eagleton como “la red dispersa, descentrada, de vínculos libidinales, vaciada de sustancia ética e interioridad psíquica, la función efímera de este o aquel acto de consumo, experiencia mediática, relación sexual o tendencia de la moda”. Si la definición de Eagleton del no-sujeto actual tal como fue anunciado por el pm es infiel al punto de vista de éste, resulta difícil encontrar fundamentos para distanciarse de su acerbo resumen. Con el posmodernismo, incluso la alienación se disuelve, ¡puesto que ya no hay sujeto para ser alienado! La fragmentación y la impotencia contemporáneas difícilmente podrían ser anunciadas más completamente, o la ira existente y el desamor más plenamente ignorados.

Derrida: desconstrucción y “différance”(6)

Por ahora, es suficiente lo dicho sobre el trasfondo y los rasgos generales. El planteamiento posmoderno específico más influyente ha sido el de Jacques Derrida, planteamiento que se conoce desde los años 60 como desconstrucción. En filosofía, el posmodernismo significa sobre todo los escritos de Derrida, y esta perspectiva, la más temprana y la más extrema, ha encontrado una resonancia mucho más allá de la filosofía, en la cultura popular y su entorno.Ciertamente, el “giro lingüístico” se relaciona con la aparición de Derrida, lo que hace que David Wood llame desconstrucción al “cambio absolutamente inevitable de la filosofía actual”, no obstante plantear una ineludible dificultad como lenguaje escrito. Este lenguaje no es inocente o neutral, sino que lleva consigo un considerable número de supuestos que han sido el impulso de su desarrollo, y muestra lo que Derrida ve como la naturaleza fundamentalmente autocontradictoria del discurso humano. El Teorema de Incompletitud del matemático Kurt Gödel afirma que cualquier sistema formal puede ser, o bien consistente o bien completo, pero no ambas cosas. De una manera bastante parecida, Derrida declara que el lenguaje se vuelve constantemente contra sí mismo, de modo tal que, analizado de cerca, nunca decimos lo que queremos decir, o nunca queremos decir lo que decimos. Pero como los semiólogos antes de él, también sugiere al mismo tiempo que un método desconstructivo podría desmitificar los contenidos ideológicos de todos los textos, interpretando todas las actividades humanas esencialmente como textos. La contradicción básica y la estrategia de encubrimiento inherente a la metafísica del lenguaje en su más amplio sentido se podrían poner al descubierto, de lo que resultaría un tipo de conocimiento más profundo.

Lo que opera contra esta última exigencia, con su promesa política insinuada permanentemente por Derrida, es precisamente el contenido de la desconstrucción; ésta considera el lenguaje como una fuerza independiente en movimiento constante, que no permite una estabilización del significado o una comunicación precisa, como se ha dicho más arriba. A este flujo generado internamente, lo llamó “différance”, y esto es lo que lleva a la idea misma de significado a la destrucción, junto a la naturaleza autorreferencial del lenguaje, que, como se observó anteriormente, sostiene que no hay ningún espacio más allá del lenguaje, ningún “ahí fuera” para el significado que exista de algún modo. La intención y el sujeto son aplastados, y lo que se revela no son cualesquiera “verdades internas”, sino una proliferación infinita de significados posibles generados por la différance, el principio que caracteriza a la lengua. El significado dentro del lenguaje también se hace elusivo por la insistencia de Derrida en que éste es metafórico y, por tanto, no puede transmitir directamente la verdad, una noción tomada de Nietzsche y que borra la distinción entre filosofía y literatura. Todas estas intuiciones contribuyen supuestamente a la naturaleza audaz y subversiva de la desconstrucción, pero también plantean con seguridad algunas preguntas básicas. Si el significado es impreciso, ¿cómo el razonamiento y los términos de Derrida no son también imprecisos, imposibles de fijar? Éste ha replicado a sus críticos, por ejemplo, que no tienen claro su significado, mientras que su “significado” es que no puede haber ningún significado definible, claro. Y aunque su entero proyecto se dirige, en un sentido importante, a subvertir todas las pretensiones del sistema a cualquier clase de verdad trascendente, eleva la différance al estatus trascendente de cualquier primer principio filosófico.

Para Derrida, ha sido la valorización del habla por encima de la escritura lo que ha llevado al pensamiento occidental a pasar por alto la ruina que el lenguaje en sí mismo provoca en la filosofía. Al privilegiar la palabra hablada, se produce un falso sentido de inmediatez, la noción inválida de que en el habla se presenta la cosa misma y la representación triunfa. Pero el habla no es más “auténtica” que la palabra escrita, no es en absoluto inmune al fracaso del lenguaje para entregarnos exacta o definitivamente los bienes (de la representación). Es el deseo extraviado de presencia lo que caracteriza a la metafísica de Occidente, un deseo irreflexivo de éxito de la representación. Es importante notar que a causa de que Derrida rechaza la posibilidad de una existencia inmediata, ataca la eficacia de la representación, pero no la categoría en sí misma. Se burla del juego, pero igual lo juega. La différance (más tarde, simplemente “différence”) pasa a ser indiferencia, debido a la inaccesibilidad de la verdad o el significado, y desemboca absolutamente en el cinismo.

Muy temprano discutió Derrida los pasos falsos de la filosofía en el área de la presencia, en relación a la búsqueda atormentada de ésta por Husserl. Luego desarrolló su teoría de la “gramatología”, donde devolvió a la escritura su propia primacía, en contraste con el sesgo fonocéntrico de Occidente, o su valorización del habla. Lo hizo, sobre todo, criticando a aquellas figuras mayores que cometieron el pecado de fonocentrismo, incluidos Rousseau, Heidegger, Saussure y Levy-Strauss, lo cual no significa que no reconociera su deuda con los tres últimos.
Como si recordara las implicaciones obvias de su planteamiento desconstructivo, los escritos de Derrida se alejaron en los años 70 de las discusiones filosóficas directas precedentes. Glas (1974) [extractos en castellano, revista Anthropos, Barcelona, suplemento 32, mayo 1992, trad.de C. de Peretti y L. Ferrero] es una mezcolanza de Hegel y Genet, en la que la argumentación es reemplazada por la libre asociación y los malos juegos de palabras. Aunque desconcertante incluso para sus más fervientes admiradores, Glas está ciertamente en consonancia con el principio de la ambigüedad inevitable del lenguaje y busca subvertir las pretensiones del discurso metódico. Spurs (1978) [Espolones. Los estilos de Nietzsche, trad. de M. Arranz, Valencia, Pre-textos, l98l] es un extenso estudio sobre Nietzche que finalmente se centra no en lo publicado por éste, sino en la nota manuscrita en el margen de uno de sus cuadernos: “He olvidado mi paraguas”. Existen posibilidades infinitas, y sobre las cuales no se puede tomar decisión alguna, en cuanto al significado o importancia –si alguna tiene- de este comentario garabateado. Ésta, por supuesto, es la manera de Derrida de sugerir que lo mismo se puede decir de todo lo que escribió Nietzsche. El lugar que ocupa el pensamiento, según la desconstrucción, está claramente (digamos mejor, oscuramente) al lado de lo relativo, de lo fragmentado, de lo marginal.

Indudablemente, el significado no es algo que se pueda atribuir, si es que siquiera existe. Al comentar el Fedro, de Platón, el maestro de la descomposición llega tan lejos como para afirmar que “como cualquier otro texto, [éste] no puede ser abarcado, al menos de una manera virtual, dinámica, lateral, por la totalidad de las palabras que componen el sistema del lenguaje griego”.

Ligado a esto, tenemos la oposición de Derrida a las oposiciones binarias, como literal/metafórico, serio/divertido, profundo/superficial, naturaleza/cultura, ad infinitum. Las considera como jerarquías conceptuales básicas, pasadas de contrabando principalmente por el propio lenguaje, el cual crea la ilusión de nitidez u orientación. Declara además que la obra desconstructiva de derrocamiento de estos pares, que valorizan a uno de los dos términos por encima del otro, lleva a un derrocamiento político y social de las jerarquías reales, no conceptuales. Pero rechazar automáticamente todas las oposiciones binarias es una propuesta metafísica en sí misma; de hecho, pasa por alto la política y la historia, más allá del fallo de ver en los opuestos, con todo lo impreciso que éstos puedan ser, nada más que una realidad lingüística. En el desmantelamiento de todos los binarismos, la desconstrucción apunta a “concebir la diferencia sin oposición”. Lo que en pequeñas dosis podría parecer un intento saludable, el escepticismo sobre lo nítido, sobre las caracterizaciones de lo uno/o lo otro, procede a la muy cuestionable prescripción de rechazar todo lo que sea inequívoco. Decir que no puede haber ninguna postura de sí o no, es equivalente a la parálisis del relativismo, en el que la “impotencia” se convierte en la estimada compañera de la “oposición”.

Quizás el caso de Paul De Man, quien extendió y profundizó las posiciones desconstructivas seminales de Derrida (y en opinión de muchos, superándolo), sea instructivo. Poco después de la muerte de De Man, en 1985, se descubrió que de joven había escrito varios artículos periodísticos antisemitas y pro-nazis en la Bélgica ocupada. La categoría de este brillante desconstructor de Yale, y en realidad, para algunos, el valor filosófico y moral de la desconstrucción misma, fue puesta en cuestión por la sensacional revelación. De Man, como Derrida, había subrayado “la duplicidad, la confusión, la falsedad que damos por supuestas en el uso del lenguaje”. A mi entender, coherente con esto, a pesar de su descrédito, fue el tortuoso comentario de Derrida sobre el período colaboracionista de De Man: en resumen, “¿cómo podemos juzgar, quién tiene derecho a decir?” Un testimonio ruin de la desconstrucción, considerada hasta cierto punto como una etapa entre los antiautoritarios.

Derrida anunció que la desconstrucción “instigaba a la subversión de todo reino”. En realidad, él mismo se ha mantenido dentro del académicamente seguro reino de la invención de cada vez más ingeniosas complicaciones textuales, para seguir en actividad y evitar reflexionar sobre su propia situación política. Uno de los conceptos centrales de Derrida, la diseminación, describe el lenguaje, bajo el principio de la diferencia, no tanto como una rica cosecha de significados sino como una especie de pérdida y derramamiento infinitos, con el significado que aparece en todas partes y se evapora prácticamente a la vez. Este flujo del lenguaje, incesante e insatisfactorio, es el paralelo más perfecto de aquello en que consiste el meollo del crédito al consumo y su circulación infinita de no-significación. Así, Derrida, inconscientemente, eterniza y universaliza la vida sometida, convirtiendo a la comunicación humana en su imagen. El “todo reino” que deseaba ver subvertido por la desconstrucción ha sido, en su lugar, extendido y considerado como absoluto.

Derrida representa tanto la muy trillada tradición francesa de la explicación de textos, como la reacción contra la veneración igualmente francesa por el lenguaje clasicista cartesiano, con sus ideales de claridad y equilibrio. La desconstrucción emergió también, en cierta medida, como parte del elemento original de la cercana revolución de 1968, especialmente la revuelta estudiantil contra la esclerosada educación superior en Francia. Algunos de sus términos clave (por ejemplo, diseminación) fueron tomados de las lecturas heideggerianas de Blanchot, con lo cual no se le pretende negar al pensamiento de Derrida una significativa originalidad. Presencia y representación se ponen permanentemente una a otra en tela de juicio, mostrando al sistema subyacente como infinitamente agrietado, y esto en sí mismo es una contribución importante.

Desgraciadamente, la transformación de la metafísica en una cuestión de escritura, en la que los significados se escogen prácticamente a sí mismos y no pudiéndose demostrar así que un discurso (y por consiguiente un modo de acción) sea mejor que otro, parece menos que radical. La desconstrucción es abrazada ahora por los titulares de los departamentos de inglés, las asociaciones profesionales y otros cuerpos de importancia porque plantea el tema de la representación tan débilmente. La desconstrucción de la filosofía de Derrida admite que debe dejar intacto el propio concepto cuya falta de fundamentos revela. En la medida en que encuentra insostenible la noción de una realidad independiente del lenguaje, la desconstrucción no puede prometer la liberación de la famosa “casa-prisión del lenguaje”. La esencia del lenguaje y la primacía de lo simbólico no son abordados realmente, pero se los muestra tan ineludibles como inadecuados son para la satisfacción. Ninguna salida; como declaró Derrida: “No se trata de lanzarse a un nuevo orden no represivo (no hay ninguno)”.

La crisis de la representación

Si la contribución de la desconstrucción es una erosión de nuestra certidumbre en la realidad, ella olvida que la realidad –la publicidad y la cultura de masas, para mencionar sólo dos ejemplos superficiales- ya ha consumado esto. Así, el punto de vista esencialmente posmoderno expresa el movimiento del pensamiento desde la decadencia hasta su elegía, o fase pos-pensamiento, o como lo sintetizó John Fekete, “la crisis más profunda del espíritu occidental, la pérdida de vigor más honda”.

La sobrecarga de representación de hoy sirve para subrayar el empobrecimiento radical de la vida en la sociedad de clases tecnológica –la tecnología es privación. La teoría clásica de la representación sostenía que el significado o verdad antecedía y ordenaba las representaciones que transmitía. Pero ahora podemos vivir en una cultura posmoderna donde la imagen ha llegado a ser menos la expresión de algo individual que el producto de una tecnología consumista anónima. Cada vez más mediada, la vida en la Era de la Información está controlada crecientemente por la manipulación de los signos, los símbolos, el marketing y las encuestas. Nuestra época, dice Derrida, es “una época sin naturaleza”.

Todas las formulaciones de lo posmoderno concuerdan en percibir una crisis de la representación. Derrida, como se observó, empezó a cuestionar la naturaleza misma del proyecto filosófico en cuanto fundado en la representación, planteando ciertas cuestiones insolubles sobre la relación entre representación y pensamiento. La desconstrucción socava las exigencias epistemológicas de la representación, al mostrar que el lenguaje, por ejemplo, resulta inadecuado para la tarea de la representación. Pero este socavamiento elude abordar la naturaleza represiva de su objeto, insistiendo, otra vez, en que la presencia pura, el espacio más allá de la representación, sólo puede ser un sueño utópico. No puede haber un contacto no mediado o comunicación, sólo signos y representaciones; la desconstrucción es una búsqueda de la presencia y la plenitud interminable y necesariamente pospuesta.

Jacques Lacan, compartiendo la misma resignación que Derrida, por lo menos muestra algo más en lo que se refiere a la esencia maligna de la representación. Ampliando a Freud, determinó que el sujeto está constituido y alienado a la vez por su entrada en el orden simbólico, especialmente el lenguaje. Mientras rechaza la posibilidad del retorno a un estado de pre-lenguaje en el que la promesa rota de la presencia se podría cumplir, al menos puede captar la apoplejía fundamental en que consiste la sumisión de los libres deseos al mundo simbólico, la capitulación de la singularidad ante el lenguaje. Lacan llamó indecible al gozo porque éste sólo puede darse propiamente fuera del lenguaje: esa felicidad que es el deseo de un mundo sin la fractura del dinero o la escritura, una sociedad sin representación.

La incapacidad para generar significados simbólicos es, irónicamente en cierto modo, el problema básico del posmodernismo. Éste culmina su actitud en la frontera entre lo que puede ser representado y lo que no puede serlo, una solución a medio camino (en el mejor de los casos) que se niega a negar la representación. (En lugar de ofrecer aquí argumentos en favor del punto de vista que considera lo simbólico como represivo y alienante, remito al lector a los primeros cinco ensayos de mi Elements of Refusal [Left Bank Books, 1988], que tratan sobre el tiempo, el lenguaje, el número, el arte y la agricultura como extrañamientos culturales debidos a la simbolización.) Mientras tanto, un público alejado y exhausto pierde interés en el presunto solaz de la cultura, y con la profundización y espesamiento de la mediación surge el descubrimiento de que quizás éste haya sido siempre el significado de la cultura. Sin embargo, no es ciertamente insólito hallar que el posmodernismo no admita que la reflexión está en los orígenes de la representación, insistiendo en la imposibilidad de una existencia no mediada.

En respuesta a la añoranza de la totalidad perdida de la precivilización, el posmodernismo dice que la cultura ha llegado a ser tan fundamental para la existencia humana que no hay posibilidad de ahondar debajo de ella. Esto, por supuesto, recuerda a Freud, quien reconoció la esencia de la civilización como supresión de la libertad y la totalidad, aunque decidiese que el trabajo y la cultura eran más importantes. Freud fue lo suficientemente honesto como para admitir la contradicción o no-reconciliación implícita en la opción a favor de la naturaleza mutilante de la civilización, mientras que el posmodernismo no lo es.

Floyd Merrell señala que “una clave, tal vez la principal del pensamiento de Derrida”, fue su decisión de colocar la cuestión de los orígenes fuera de discusión. Y así, mientras aludía en toda su obra a una complicidad entre los supuestos fundamentales del pensamiento de Occidente y la violencia y la represión que han caracterizado a la civilización occidental, rechazó, principalmente y de manera muy influyente, cualquier noción de origen. Después de todo, el pensamiento causal es uno de los objetos de burla del posmodernismo. La “Naturaleza” es una ilusión, de manera que ¿qué podría significar “antinatural”? En lugar del espléndido “Bajo el pavimento está la playa” de los situacionistas, tenemos el rechazo famoso de Foucault, en Las palabras y las cosas, a la noción completa de la “hipótesis represiva”. Freud nos dio la comprensión de la cultura como inhibidora y generadora de neurosis; el pm nos dice que la cultura es todo lo que podemos tener, y que sus fundamentos, si es que existen, no son asequibles a nuestro entendimiento. El posmodernismo es aparentemente lo que nos queda cuando se completa el proceso de modernización y la naturaleza ha desaparecido para siempre.

No sólo el pm repite la frase de Beckett en Final de partida, “no hay más naturaleza”, sino que también rechaza que alguna vez haya habido algún espacio reconocible fuera del lenguaje y la cultura. La “naturaleza”, declaró Derrida discutiendo a Rousseau, “nunca ha existido”. Una vez más, se descarta la alienación; este concepto implica necesariamente una idea de autenticidad que el posmodernismo considera ininteligible. En esa línea, Derrida se refirió a “la pérdida de lo que nunca ha tenido lugar, de una autopresencia que nunca ha sido dada, sino sólo soñada…” A pesar de las limitaciones del estructuralismo, por otra parte, el sentimiento de comunión con Rousseau de Levi-Strauss dio testimonio de su búsqueda de los orígenes. Negándose a dejar de lado la liberación, ni desde la perspectiva de los comienzos ni desde la de las metas, Levi-Strauss no dejó de anhelar nunca una sociedad “intacta”, un mundo no fracturado donde la inmediatez no ha sido rota aún. En este punto, Derrida, peyorativamente con seguridad, presenta a Rousseau como un utópico y a Levi-Strauss como un anarquista, advirtiendo contra un “paso más allá hacia una especie de anarquía original “, que sólo sería una peligrosa ilusión.

El peligro real consiste en no cuestionar, en el nivel más básico, la alienación y la dominación que amenazan con derrotar completamente a la naturaleza, lo que queda de natural en el mundo y en nosotros mismos. Marcuse comprendió que “el recuerdo de la gratificación está en el origen de todo pensamiento, y el impulso por recuperar la gratificación pasada es el motor oculto detrás del proceso del pensar”. La cuestión de los orígenes abarca también la cuestión total del nacimiento de la abstracción y, de hecho, de la conceptualidad filosófica como tal, y Marcuse se acercó, en su búsqueda de lo que tendría que constituir unas condiciones de la existencia sin represión, a una confrontación con la propia cultura. Ciertamente nunca escapó completamente de la impresión “de que algo esencial ha sido olvidado” por la humanidad. Similar es el breve pronunciamiento de Novalis: “La filosofía es nostalgia”. Por comparación, Kroker y Cook aciertan indudablemente cuando concluyen que “la cultura posmoderna es un olvido, el olvido de los orígenes y de los fines”.

Barthes, Foucault y Lyotard
Volviéndonos hacia otras figuras del postestructuralismo/posmodernismo, merece ser mencionado ahora Roland Barthes, quien muy pronto a lo largo de su carrera se convirtió en un pensador estructuralista de primer orden. Su Grado cero de la escritura expresaba la esperanza de que el lenguaje pudiera ser empleado de una manera utópica, y que hay códigos de control en la cultura que se pueden destruir. Sin embargo, a principios de los años 70, se alineó con Derrida, al considerar el lenguaje como una ciénaga metafórica, cuya metaforicidad no se admite. La filosofía se encuentra confundida por su propio lenguaje, y el lenguaje en general no puede reclamar el dominio de lo que discute. Con El imperio de los signos (1970), Barthes ya había renunciado a cualquier intención crítica y analítica. Aparentemente dedicado a Japón, este libro es presentado “sin la pretensión de describir o analizar ninguna realidad, sea cual fuere”. Varios fragmentos tratan de formas culturales tan diversas como el haiku [poema breve japonés] o las tragaperras, como partes de una especie de paisaje antiutópico en el que dichas formas no poseen ningún significado y todo es superficie. El Imperio puede ser calificado como el primer intento completamente posmoderno de ofrecer, y en la primera mitad de los años 70, la noción de su autor del placer del texto, encarado de la misma manera que el desdén de Derrida por la creencia en la validez del discurso público. La escritura se ha convertido en un fin en sí mismo; la estética meramente personal, en la consideración dominante. Antes de su muerte en 1980, Barthes había denunciado explícitamente “cualquier modo intelectual de escritura”, en especial cualquier cosa que oliese a política. Hacia la época de su última obra, Barthes por Barthes, el hedonismo de las palabras, equiparándose a un dandysmo de la vida real, consideraba los conceptos no desde el punto de vista de su validez o invalidez, sino únicamente en cuanto a su eficacia como tácticas de la escritura.

En 1985, el sida se llevó a la influencia más ampliamente conocida del posmodernismo, Michel Foucault. Llamado a veces “el filósofo de la muerte del hombre” y considerado por muchos como el mayor de los discípulos modernos de Nietzsche, sus amplios estudios históricos (por ejemplo, sobre la locura, las practicas penales o la sexualidad), lo hicieron bien conocido, aparte de que éstos por sí mismos sugieren diferencias entre Foucault y el relativamente más abstracto y ahistórico Derrida. Como hemos dicho, el estructuralismo había devaluado con energía al individuo a partir de fundamentos mayormente lingüísticos, en tanto que Foucault caracterizaba al “hombre (como) sólo una invención reciente, una forma que no ha cumplido aún los doscientos años, un simple pliegue de nuestro conocimiento que pronto desaparecerá”. Su énfasis está puesto en la explicación del “hombre” como aquello que se representa y se produce como un objeto, específicamente como una invención implícita de las modernas ciencias humanas. A pesar de su estilo personal, las obras de Foucault se hicieron mucho más populares que las de Horkheimer y Adorno (por ejemplo, la Dialéctica de la Ilustración) o las de Erving Goffman (7), en la misma línea de descubrir el programa secreto de la racionalidad burguesa. Foucault señaló que fueron las tácticas “individualizadoras” puestas en juego por las instituciones clave a comienzos del siglo XIX (la familia, el trabajo, la medicina, la psiquiatría, la educación), con sus roles disciplinarios y normalizadores dentro de la modernidad capitalista emergente, las que crearon al “individuo” por y para el orden dominante.

Típicamente pm, Foucault rechaza el pensamiento originario y la noción de que hay una “realidad” detrás o por debajo del discurso prevaleciente de una época. Además, el sujeto es una ilusión creada esencialmente por el discurso, un “yo” contituido más allá de los usos lingüísticos imperantes. Y así, ofrece sus detalladas narraciones históricas, llamadas “arqueologías” del saber, en lugar de concepciones teóricas, como si ellas no llevaran consigo ninguna ideología o supuestos filosóficos. Para Foucault no hay fundamentos de lo social que puedan ser aprehendidos más allá del contexto de los variados períodos, o epistemes, como los denomina; los fundamentos cambian de una episteme a otra. El discurso dominante, que constituye a sus sujetos, aparentemente se da forma a sí mismo; es éste un planteamiento bastante inútil para la historia, que resulta sobre todo del hecho de que Foucault no hace referencia alguna a los grupos sociales, sino que se centra por completo en sistemas de pensamiento. Otro problema surge de su concepción de que la episteme de una época no puede ser conocida por aquellos que actúan dentro de ella. Si la conciencia es precisamente la que, según el propio Foucault, no logra ser consciente de su relativismo, o saber lo que podría tener en común con epistemes precedentes, entonces la propia conciencia elevada y abarcadora de Foucault resulta imposible. Esta dificultad es reconocida al final de La arqueología del saber (1972), pero permanece sin respuesta, como un problema inocultable y obvio.

El dilema del posmodernismo es este: ¿cómo es posible afirmar la categoría y validez de sus enfoques teóricos, si no se admiten ni la verdad ni los fundamentos del conocimiento? Si eliminamos la posibilidad de fundamentos o modelos racionales, ¿sobre qué base podemos operar? ¿Cómo podemos entender qué clase de sociedad es aquella a la que nos oponemos y, menos aún, llegar a compartir semejante entendimiento? La insistencia de Foucault en el perpectivismo nietzscheano nos traslada al pluralismo irreductible de la interpretación. Sin embargo, Foucault relativizó el conocimiento y la verdad sólo en cuanto estas nociones se vinculan a sistemas de pensamiento distintos a los suyos. Cuando se lo presionaba sobre este punto, admitía que era incapaz de justificar racionalmente sus propias opciones. De tal modo, el liberal Habermas declara que los pensadores modernos como Foucault, Deleuze o Lyotard son “neoconservadores”, al no ofrecer ninguna argumentación coherente para orientarnos en una dirección social antes que en otra. La adopción pm del relativismo (o “pluralismo”) significa también que no hay nada que pueda impedir la perspectiva de que una tendencia social reclame el derecho a imponerse sobre otra, ante la imposibilidad de determinar los modelos.

El tema del poder, de hecho, fue central para Foucault y los modos en que lo trató son reveladores. Escribió sobre las instituciones significativas de la sociedad moderna como unidas por una intencionalidad de control, un “continuum carcelario” que expresa la lógica final del capitalismo, de la cual no hay escape. Pero el poder en sí mismo, determinó, es una red o campo de relaciones donde los sujetos son constituidos como los productos y los agentes de aquél. Todo participa así del poder, y de tal forma nada se obtiene intentando descubrir un poder opresivo, “fundamental”, para luchar en contra de él. El poder moderno es insidioso y “viene de todas partes”. Como Dios, está en todos los sitios y en ninguno a la vez.

Foucault no encuentra ninguna playa debajo de los adoquines, ningún orden “natural” en absoluto. Sólo existe la certeza de regímenes de poder sucesivos, a cada uno de los cuales se debe resistir de algún modo. Pero la aversión típicamente pm de Foucault a la entera noción de sujeto humano hace muy difícil ver de dónde podría provenir esa resistencia, no obstante su concepción de que no hay resistencia al poder que no sea una variante del poder mismo. Respecto al último punto, Foucault alcanzó un callejón sin salida adicional, al considerar la relación del poder con el conocimiento. Llegó a verlos como inextricable y ubicuamente ligados, implicándose directamente el uno al otro. Las dificultades para seguir diciendo algo sustancial a la luz de esta interrelación hizo que renunciara a la larga a una teoría del poder. El determinismo implícito significó, en primer lugar, que su compromiso político se hiciera cada vez más superficial. No resulta difícil entender por qué el foucaltismo fue enormemente promovido por los medios, mientras que el situacionismo, por ejemplo, era ignorado.

Castoriadis se refirió una vez a las ideas de Foucault sobre el poder y la oposición a éste, como “Resistid si eso os divierte, pero sin una estrategia, porque entonces ya no seréis más proletarios, sino poder”. El propio activismo de Foucault ha intentado encarnar el sueño empirista de una teoría -y una ideología- libre de teoría, la del “intelectual específico” que participa en luchas limitadas, particulares. Esta táctica considera a la teoría sólo en su uso concreto, como un maletín de herramientas ad hoc para campañas específicas. Sin embargo, a despecho de sus buenas intenciones, la circunscripción de la teoría a una serie de “herramientas” inconexas y perecederas no sólo rechaza una concepción general explícita de la sociedad, sino que también acepta la división general del trabajo que está en el corazón de la alienación y la dominación. El deseo de respetar las diferencias, el saber particular y demás rechaza la sobrevaluada tendencia totalitaria y reductiva de la teoría, pero sólo para aceptar la atomización del capitalismo avanzado con su fragmentación de la vida en las estrechas especialidades que son el ámbito de tantos expertos. Si “estamos atrapados entre la arrogancia de analizar el todo y la timidez de inspeccionar sus partes”, como señalara adecuadamente Rebecca Comay, ¿de qué modo la segunda alternativa (la de Foucault) representa un avance sobre el reformismo liberal en general? Esta parece ser una cuestión especialmente pertinente cuando se recuerda hasta qué punto la empresa total de Foucault estuvo orientada a desengañarnos de las ilusiones de los reformadores humanistas a lo largo de la historia. De hecho, el “intelectual específico” viene a ser un intelectual más experto, un intelectual más liberal que ataca problemas específicos antes que la raíz de éstos. Y al contemplar el contenido de su activismo, que se desarrolló principalmente en el campo de la reforma penal, la orientación es casi demasiado tibia como para calificarla incluso de liberal. En los años 80, Foucault “intentó reunir, bajo la égida de su cátedra del Colegio de Francia, a historiadores, abogados, jueces, psiquíatras y médicos relacionados con la ley y el castigo”, de acuerdo con Keith Gandal. A todos los policías. “El trabajo que hice sobre la relatividad histórica de la forma prisión”, dijo Foucault, “fue una incitación para tratar de pensar en otras formas de castigo”. Obviamente, aceptaba la legitimidad de esta sociedad y la del castigo; no más sorprendente fue su descalificación final de los anarquistas como seres infantiles por sus esperanzas en el futuro y su fe en las posibilidades humanas.

Las obras de Jean-François Lyotard [1924-1998] son significativamente contradictorias unas con otras –algo que en sí mismo es un rasgo pm–, pero también expresan un tema posmoderno central: que la sociedad no puede y no debe ser entendida como un todo. Lyotard es el primer ejemplo del pensamiento antitotalizador hasta el punto de que él mismo ha resumido el posmodernismo como “incredulidad hacia las metanarraciones” o concepciones generales. La idea de que es nocivo tanto como imposible captar el todo, forma parte de una enorme reacción en Francia contra las influencias del marxismo y del comunismo. Mientras que el principal objetivo de Lyotard es la tradición marxista, alguna vez muy fuerte en la política francesa y la vida intelectual, da un paso más y rechaza la teoría social in toto. Por ejemplo, ha llegado a creer que cualquier concepto de alienación –la idea de que una unidad originaria, totalidad o inocencia, está fracturada por la fragmentación y la indiferencia del capitalismo– desemboca en un totalitarismo que intenta unificar la sociedad coercitivamente. De un modo característico, su Economía libidinal, de mitad de los años 80, denuncia la teoría como terror.

Se podría decir que esta reacción extrema sería improbable fuera de una cultura tan dominada por la izquierda marxista, pero una mirada más atenta nos señala que ella concuerda perfectamente con la más amplia y desilusionada condición posmoderna. El rechazo en masa por Lyotard de los valores de la Ilustración poskantiana incluye, después de todo, la comprensión de que la crítica racional, al menos en la forma de los confiados valores de las teorías metanarrativas kantiana, hegeliana y marxista, ha sido bajada del pedestal por la depresiva realidad histórica. De acuerdo con Lyotard, la era pm significa que todos los mitos consoladores de supremacía intelectual y verdad han llegado a su fin, reemplazados por una pluralidad de “juegos del lenguaje”, la noción wittgensteiniana de “verdad” en cuanto algo que se comparte y circula con carácter provisional, sin ninguna clase de garantía epistemológica o fundamento filosófico. Los juegos del lenguaje son una base tentativa, limitada y pragmática, para el conocimiento; a diferencia de los conceptos comprehensivos de la teoría o la interpretación histórica, dependen del acuerdo de los participantes para su valor-uso. El ideal de Lyotard es así una multitud de “pequeñas narraciones” en lugar del “dogmatismo inherente” a las metanarraciones o grandes ideas. Desgraciadamente, semejante planteamiento pragmático tiene que adaptarse a las cosas como son, y depende de que se impida el consenso prácticamente por definición. De tal modo, el enfoque de Lyotard es de limitado valor para crear una ruptura a partir de las normas cotidianas. Aunque su saludable escepticismo antiautoritario considera la totalización como opresiva o coercitiva, lo que pasa por alto es que el relativismo foucaltiano de los juegos del lenguaje, con su acuerdo libremente contraído en cuanto al significado, tiende a sostener que todo tiene la misma validez. Como concluyó Gerard Raulet, el rechazo resultante a la concepción general obedece realmente a la lógica existente de la homogeneidad antes que al propósito de ofrecer, de algún modo, un refugio para la heterogeneidad.

Descubrir que el progreso es sospechoso es, por supuesto, prerrequisito de cualquier enfoque crítico, pero la búsqueda de la heterogeneidad debe incluir la conciencia de su desaparición y la investigación de las razones de por qué desapareció. El pensamiento posmoderno se comporta por lo general como si ignorara completamente la noticia de que la división del trabajo y la mercantilización están eliminando las bases de la heterogeneidad social o cultural. El pm pretende preservar lo que prácticamente no existe y rechaza el pensamiento más amplio necesario para habérselas con la empobrecida realidad. En este área es de interés examinar la relación entre el pm y la tecnología, que resulta ser de decisiva importancia para Lyotard.

Adorno descubrió que el camino hacia el totalitarismo contemporáneo fue preparado por el ideal de la Ilustración del triunfo sobre la naturaleza, también conocido como razón instrumental. Lyotard ve la fragmentación del conocimiento como esencial para combatir la dominación, lo cual niega la concepción general necesaria para comprender que, por el contrario, el aislamiento que es el conocimiento fragmentado olvida la determinación social y el propósito de este aislamiento. La celebrada “heterogeneidad” no es mucho más que el efecto fragmentador de una totalidad dictatorial que él quisiera ignorar. La crítica nunca ha estado más descartada que en el positivismo posmoderno de Lyotard, que parece descansar sobre la aceptación de la racionalidad técnica que desiste de la crítica. De manera nada sorprendente, en la era de la descomposición del significado y de la renuncia a ver lo que la totalidad de los meros “datos” quiere decir realmente, Lyotard abraza la informatización de la sociedad. Un poco a la manera del nietzscheano Foucault, Lyotard cree que el poder es cada vez más el criterio de la verdad. Encuentra a su socio en el pragmatista posmoderno Richard Rorty, quien asimismo da la bienvenida a la tecnología moderna y está profundamente adherido a los valores hegemónicos de la sociedad industrial actual.

En 1985, Lyotard montó una espectacular exposición high-tech en el Centro Pompidou de París, presentando las realidades artificiales y la obra por ordenador de artistas tales como Myron Krueger. En la inauguración, su organizador declaró: “Queríamos… señalar que el mundo no está evolucionando hacia una mayor claridad y simplicidad, sino más bien hacia un grado de complejidad en el que el individuo se puede sentir muy abandonado, pero en el que realmente puede llegar a ser más libre”. Evidentemente, las concepciones generales están permitidas si coinciden con los planes de nuestros amos para nosotros y para la naturaleza. Pero el punto más específico yace en la “inmaterialidad”, el título de la exposición y un término lyotardiano que él asocia con la erosión de la identidad, la caída de las barreras estables entre el yo y el mundo producida por nuestra implicación en los laberínticos sistemas social y tecnológico. No es necesario decir que Lyotard aprueba estas condiciones, celebrando, por ejemplo, el potencial “pluralizador” de las nuevas tecnologías de la comunicación –del tipo de las que desensualizan la vida, aplanan la experiencia y extirpan el mundo natural. Escribe Lyotard: “Todo el mundo tiene derecho a la ciencia”, como si poseyera la más mínima comprensión de lo que significa la ciencia. Preceptúa el “libre acceso público a los bancos de memoria y de datos”. Una espantosa visión de la liberación, de algún modo resumida en esto: “Los bancos de datos son la enciclopedia del mañana; son la ‘naturaleza’ para los hombres y mujeres posmodernos”.

Frank Lentricchia llamó al proyecto desconstruccionista de Derrida “una elegante e imponente concepción del mundo sólo igualada en la historia de la filosofía por Hegel”. Es una ironía obvia que los posmodernistas necesiten una teoría general para apoyar su afirmación en lo tocante a por qué no puede y no debe haber teorías generales o metanarraciones. Sartre, los teóricos de la gestalt y el sentido común nos dicen que lo que el pm descarta como “razón totalizante” es en realidad inherente a la percepción misma: como norma, vemos un todo, no fragmentos aislados. Otra ironía la aporta la observación de Charles Altieri sobre Lyotard, de que “este pensador tan agudamente consciente de los peligros inherentes a las narraciones dominantes, está, sin embargo, completamente comprometido con la autoridad de la abstracción generalizada”. El posmodernismo anuncia un sesgo antigeneralista, pero sus practicantes, quizás Lyotard especialmente, mantienen un muy elevado nivel de abstracción al discutir la cultura, la modernidad y otros temas por el estilo, los cuales ya son, desde luego, vastas generalizaciones.

“Una humanidad liberada”, escribió Adorno, “no sería de ninguna manera una totalidad”. No obstante, estamos anclados en el presente a un mundo que es uno y que nos totaliza hasta el extremo. El posmodernismo, con su celebrada fragmentación y heterogeneidad, puede elegir olvidarse de la totalidad, pero la totalidad no se olvida de nosotros.

Deleuze, Guattari y Baudrillard

La “esquizo-política” de Deleuze surge, al menos en parte, del prevaleciente rechazo pm a una concepción global, a un punto de partida. Llamado también “nomadología”, y utilizando una “escritura rizomática”, el método de Deleuze aboga por la desterritorialización y la descodificación de las estructuras de dominación, mediante los cuales el capitalismo será desalojado a través de su propia dinámica. Con su ocasional colega Felix Guattari, con quien comparte (8) una especialización en psicoanálisis, tiene la esperanza de ver la tendencia esquizofrénica del sistema intensificada hasta el punto de fractura. Deleuze parece compartir, o al menos se halla muy cerca de hacerlo, las absurdas convicciones de Yoshimoto Takai de que el consumo constituye una nueva forma de resistencia.
Esta ignominia de negar la totalidad por la estrategia radical de impulsarla a desembarazarse de sí misma, recuerda también el impotente estilo pm de oponerse a la representación: los significados no penetran en un centro, no representan nada más allá de su alcance. “Pensamiento sin representación”, es la descripción que hace Charles Scott del enfoque de Deleuze. La esquizo-política celebra las superficies y las discontinuidades; la nomadología es lo opuesto a la historia.

Deleuze incluye asimismo el tema posmoderno de “la muerte del sujeto” en la bien conocida obra suya y de Guattari, El Antiedipo, y en las que le siguen. Las “máquinas deseantes”, formadas por el acoplamiento de partes, humanas y no humanas, sin ninguna distinción entre ellas, intentan reemplazar a los seres humanos como foco de su teoría social. En oposición a la ilusión de un sujeto individual en la sociedad, Deleuze traza el retrato de un sujeto que ya no es más reconociblemente antropocéntrico. A pesar de su intención supuestamente radical, uno no puede evitar la sensación de una aceptación de la alienación e incluso de un regodearse en el extrañamiento y la decadencia.A principios de los años 70, Jean Baudrillard reveló los fundamentos burgueses del marxismo, sobre todo su veneración por la producción y el trabajo, en su Espejo de la producción (1972). Esta contribución aceleró el declive del marxismo y del Partido Comunista en Francia, ya en estado de confusión después del papel reaccionario jugado por la izquierda en los levantamientos de mayo del 68. Desde entonces, sin embargo, Baudrillard ha llegado a representar las tendencias más oscuras del posmodernismo y ha emergido, especialmente en los EE.UU., como una estrella pop para ultrahastiados, famoso por sus desencantados puntos de vista acerca del mundo contemporáneo. Aparte de la desdichada sintonía entre la morbosidad casi alucinatoria de Baudrillard y una cultura en descomposición, también es verdad que éste (junto con Lyotard) ha sido magnificado a causa del espacio vacío que se esperaba llenase siguiendo los pasos, en la década de los 80, de pensadores relativamente profundos como Barthes o Foucault.

La descripción desconstructiva de Derrida de la imposibilidad de un referente fuera de la representación llega a ser, para Baudrillard, una metafísica negativa en la que la realidad es transformada por el capitalismo en simulaciones que no cuentan con ningún respaldo. Baudrillard cree que la cultura del capital ha llegado, más allá de sus fisuras y contradicciones, a una posición de autosuficiencia que él interpreta como una representación casi de ciencia-ficción de la sociedad totalmente administrada de Adorno. Y no puede haber ninguna resistencia, ninguna “marcha atrás”, en parte porque la alternativa sería esa nostalgia por lo natural, por los orígenes, tan obstinadamente excluida por el posmodernismo.

“Lo real es aquello de lo cual es posible ofrecer una reproducción equivalente.” La naturaleza ha sido dejada tan atrás que la cultura determina la materialidad; más específicamente, la simulación mediática configura la realidad. “El simulacro no es nunca lo que oculta la verdad… es la verdad la que oculta que no hay nada. La simulación es verdadera.” La “sociedad del espectáculo” de Debord… pero en un estadio de implosión del yo, de la acción y de la historia dentro de un vacío de simulaciones tales que el espectáculo sólo está al servicio de sí mismo.Es obvio que en nuestra “Era de la Información” las tecnologías de los medios electrónicos han llegado ser crecientemente dominantes, pero la exageración de la negra visión de Baudrillard es igualmente obvia. Subrayar el poder de las imágenes no debe oscurecer las causas materiales subyacentes ni los objetivos, a saber, el beneficio y la expansión. La afirmación de que el poder mediático significa que lo real ya no existe, está relacionada con su declaración de que el poder “ya no puede estar fundado en ninguna parte”; y ambas son falsas. Una retórica embriagante no puede borrar el hecho de que la información esencial de la Era de la Información tiene que lidiar con las duras realidades de la eficiencia, la contabilidad, la productividad y otras cosas por el estilo. La producción no ha sido reemplazada por la simulación, a menos que se pueda decir que el planeta está siendo asolado por meras imágenes, lo cual no significa que una aceptación progresiva de lo artificial no ayude enormemente a la destrucción de lo que queda de natural.

Baudrillard sostiene que la diferencia entre realidad y representación se ha derrumbado, arrojándonos a una “hiperrealidad” que es siempre y solamente un simulacro. Curiosamente, parece no sólo reconocer la inevitabilidad de este desarrollo, sino también celebrarlo. Lo cultural, en su sentido más amplio, ha alcanzado una fase cualitativamente nueva en la cual el propio reino del significado y la significación ha desaparecido. Vivimos en “la era de los acontecimientos sin consecuencias”, donde lo “real” sólo sobrevive como categoría formal, y esto, supone, es bienvenido. “¿Por qué tendríamos que pensar que la gente desea repudiar su vida cotidiana para buscar una alternativa? Por el contrario, desean hacer de ello un destino… ratificar la monotonía mediante una monotonía mayor.” Si debiera haber alguna “resistencia”, su receta para ello es similar a la de Deleuze, quien pretendía incitar a la sociedad a convertirse en más esquizofrénica. Es decir, consiste por completo en aquello que es permitido por el sistema: “Ellos quieren que consumamos… Muy bien, consumamos cada vez más, y lo que sea; con cualquier propósito inútil y absurdo”. Ésta es la estrategia radical a la que llama “hiperconformidad”.

En muchos puntos, uno sólo puede adivinar a qué fenómenos remiten las hipérboles de Baudrillard, si es que remiten a alguno. El movimiento de la sociedad de consumo tanto hacia la uniformidad como hacia la dispersión quizás sea visto fugazmente en algún pasaje… pero, ¡ay!, sólo cuando la afirmación parece, y demasiado a menudo, infinitamente ampulosa y ridícula. Este radical mayor de los teóricos posmodernos, convertido ahora él mismo en un objeto cultural de máxima venta, se ha referido al “siniestro vacío de todo discurso”, sin tener conciencia evidentemente de que la frase era una adecuada referencia a sus propias vacuidades.

El Japón puede no ser calificado de “hiperrealidad”, pero es digno de mención que su cultura parezca estar incluso más enajenada y ser más posmoderna que la de los EE.UU. A juicio de Masao Miyoshi, “la dispersión y muerte de la subjetividad moderna, de la que hablaron Barthes, Foucault y muchos otros, es manifiesta desde hace tiempo en Japón, donde los intelectuales se han quejado crónicamente de la ausencia de individualidad”. Un torrente de información ampliamente especializada, provista por expertos de todas clases, echa luz sobre el ethos consumista japonés de alta tecnología, en el que la indeterminación del significado y una alta valorización de la novedad incesante se dan la mano. Yoshimoto Takai es tal vez el crítico cultural nacional más prolífico; en cierto modo no parece tener nada de extravagante para muchos que también sea modelo de moda maculina, que ensalza las virtudes y los valores de la compra.

El autor de la extraordinariamente popular Somehow, Crystal (1980), Yasuo Tanaka, fue cuestionablemente el fenómeno cultural japonés de los años 80, en los que esta descocada novela consumista, repleta de nombres de marcas (un poco como American Psycho, 1991, de Bret Easton Ellis), dominó la década. Pero es el cinismo, incluso más que la superficialidad, lo que parece marcar ese amanecer total del posmodernismo en el que aparentemente se encuentra Japón: cómo se podría explicar, si no, que los análisis más incisivos del pm que se han hecho allí –Now is the Meta-Mass Age [Ahora es la Era de la Meta-masa], por ejemplo– estén publicados por la Parco Corporation, la principal empresa de venta minorista y marketing del país. Shigesatu Itoi es una estrella de los medios, con su propio programa de televisión, numerosas publicaciones y una aparición permanente en las revistas. Sucede simplemente que redactó una serie de spots sobre el estado de las artes (chillones, fragmentados, etc.) para Seibu, la cadena de grandes almacenes más grande e innovadora del Japón. Donde el capitalismo existe en su forma más avanzada, posmoderna, el conocimiento es consumido exactamente de la misma forma en que uno se compra ropa. El significado es neutro, irrelevante; el estilo y la apariencia lo son todo.

Estamos llegando rápidamente a un sitio triste y vacío, que el espíritu del posmodernismo encarna demasiado bien. “Nunca en ninguna civilización anterior la gran preocupación metafísica, las preguntas fundamentales por el ser y el significado de la vida han parecido tan completamente remotas e inútiles”, según Frederic Jameson. Peter Sloterdijk encuentra que “el malestar en la cultura ha asumido una nueva cualidad: aparece como un cinismo difuso y universal”. La erosión del significado, impulsada por una reificación y una fragmentación intensificadas, hace que el cínico aparezca por todos lados. Psicológicamente un “melancólico fronterizo”, ahora es “una figura de masas”.

La capitulación posmoderna ante el perspectivismo y la decadencia no tiende a ver el presente como alienado –seguramente un concepto pasado de moda–, sino más bien como normal y hasta placentero. Robert Rauschenberg: “Me siento realmente apenado por las personas que piensan que cosas como las jaboneras, los espejos o las botellas de Coca-cola son feas, porque están rodeadas de cosas como ésas todo el día, y esto debe hacerlos desgraciados”. No es sólo ese “todo es cultura”, la cultura de la mercancía, lo que es ofensivo; también lo es la definición pm de lo que es por su negativa a formular distinciones cualitativas y juicios. Si el posmoderno nos hiciera al menos el favor, inconscientemente, de registrar la descomposición e incluso la depravación de un mundo cultural que acompaña y apoya el terrorífico empobrecimiento actual de la vida, esa podría ser su única “contribución”.

Todos somos conscientes de las posibilidades que podemos tener de tolerar, hasta su autodestrucción y la nuestra, un mundo fatalmente fuera de foco. “Obviamente, la cultura no se disuelve simplemente porque las personas estén alienadas”, escribió John Murphy, y añadió: “Hay que inventar un extraño tipo de sociedad, sin embargo, para que la alienación sea considerada la norma”.

Mientras tanto, ¿dónde hay vitalidad, denegación, la posibilidad de crear un mundo no-mutilado? Barthes proclamaba un nietzscheano “hedonismo del discurso”; Lyotard aconsejaba: “Seamos paganos”. ¡Semejantes bárbaros salvajes! Por supuesto, su asunto real es vago y carente de energía, una esterilidad académica completamente relativizada. El posmodernismo nos deja desesperanzados en un corredor interminable; sin una crítica viva; en ninguna parte.

Notas del traductor:
1. Grupo musical.
2. Serie de TV.
3. Tienda de informática.
4. Grupo musical.
5. En inglés, subject es “sujeto” (en su doble acepción de individuo y de sujeto del conocimiento) y también “súbdito”.
6. “Différance” proviene del verbo francés différer, que significa al mismo tiempo “posponer” y “ser diferente de”. Es un neologismo de Derrida. En francés, diferencia es “différence”.
7. Erving Goffman (1922-1982), sociólogo y antropólogo canadiense, autor, entre otras obras, de Forms of Talk, Gender Advertisements, Presentation of Self in Everyday Life y Asylums: Essays on the Social Situation of Mental Patients and Other Inmates.
8. Deleuze (1925) murió en 1995.

Título original: “The Catastrophe of Postmodernism”. Traducción: Round Desk, en: http://caosmosis.acracia.net/?p=93